/ lunes 10 de octubre de 2022

Hiperconectividad y estrés

Cuando empezamos a entender que internet no cierra nunca ya era tarde. Los canales de comunicación estaban demasiado abiertos a través de nuestro correo electrónico, Snapchat, Whatsapp, Facebook, Instagram o Twitter, imposible pues levantar muros con la leyenda: desconectado.

De acuerdo a Apple una usuaria o usuario regular desbloquea su equipo celular entre 80 y 110 veces diariamente, lo que refleja el uso desordenado y caótico. Inventamos códigos para regular casi todas las manifestaciones de nuestra existencia pero se nos olvidó uno, pareciera pues que no hay más opción que desconectarnos.

Sobre este fenómeno, escribe Puig Punyet en La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo (Editorial Arpa), donde señala que la hiperconectividad nos hace perder horas y horas navegando a la deriva, saltando de un sitio a otro sin ton ni son, y nos hace creer que hacemos algo productivo cuando en realidad no estamos haciendo absolutamente nada.

En este ensayo, que esboza algunas de las repercusiones sociales de internet, tanto en la salud mental como en la calidad de vida, nos obliga a plantearnos si podemos vivir sin internet, si nuestra vida cambia sustancialmente sin hacer uso de las redes sociales o si desconectarnos nos coloca en desventaja en nuestro mundo laboral.

Puig Punyet advierte también que como sociedad deberíamos asimilar que la hiperconectividad genera tantos efectos negativos para la salud como el tabaco. Sin embargo, vislumbra que serán los jóvenes quienes harán tendencia por no estar disponibles todo el tiempo, y lo harán no por moda sino por recuperar algo de la calidad de vida perdida.

Desde luego, se trata de un decisión personal pero formar parte del mundo de los desconectados nos conduce necesariamente a examinar si nuestras prioridades de vida se encuentran en la realidad virtual o en la vida real.

Y aunque es muy probable que siempre existan los que esperan con ansiedad para abrir el contenido del ultimo mensaje de Whatsapp, del último correo en bandeja, de la última foto de Instagram, del último vídeo en TikTok, de conocer los detalles de la tendencia en Twitter o lo que lo que está pasando -o ha pasado- en Facebook, es necesario abrir el debate sobre los efectos de la hiperconectividad en nuestra sociedad.

Cuando empezamos a entender que internet no cierra nunca ya era tarde. Los canales de comunicación estaban demasiado abiertos a través de nuestro correo electrónico, Snapchat, Whatsapp, Facebook, Instagram o Twitter, imposible pues levantar muros con la leyenda: desconectado.

De acuerdo a Apple una usuaria o usuario regular desbloquea su equipo celular entre 80 y 110 veces diariamente, lo que refleja el uso desordenado y caótico. Inventamos códigos para regular casi todas las manifestaciones de nuestra existencia pero se nos olvidó uno, pareciera pues que no hay más opción que desconectarnos.

Sobre este fenómeno, escribe Puig Punyet en La gran adicción. Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo (Editorial Arpa), donde señala que la hiperconectividad nos hace perder horas y horas navegando a la deriva, saltando de un sitio a otro sin ton ni son, y nos hace creer que hacemos algo productivo cuando en realidad no estamos haciendo absolutamente nada.

En este ensayo, que esboza algunas de las repercusiones sociales de internet, tanto en la salud mental como en la calidad de vida, nos obliga a plantearnos si podemos vivir sin internet, si nuestra vida cambia sustancialmente sin hacer uso de las redes sociales o si desconectarnos nos coloca en desventaja en nuestro mundo laboral.

Puig Punyet advierte también que como sociedad deberíamos asimilar que la hiperconectividad genera tantos efectos negativos para la salud como el tabaco. Sin embargo, vislumbra que serán los jóvenes quienes harán tendencia por no estar disponibles todo el tiempo, y lo harán no por moda sino por recuperar algo de la calidad de vida perdida.

Desde luego, se trata de un decisión personal pero formar parte del mundo de los desconectados nos conduce necesariamente a examinar si nuestras prioridades de vida se encuentran en la realidad virtual o en la vida real.

Y aunque es muy probable que siempre existan los que esperan con ansiedad para abrir el contenido del ultimo mensaje de Whatsapp, del último correo en bandeja, de la última foto de Instagram, del último vídeo en TikTok, de conocer los detalles de la tendencia en Twitter o lo que lo que está pasando -o ha pasado- en Facebook, es necesario abrir el debate sobre los efectos de la hiperconectividad en nuestra sociedad.

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