/ domingo 10 de abril de 2022

Cara a cara con la muerte, la labor del prosector

¿Cómo es la vida de una persona que trabaja con cadáveres? Un prosector nos cuenta más sobre su oficio

Morelia, Mich (OEM-Infomex).- Me pide que no revele su nombre porque la institución estatal para la que trabaja lo puede sancionar. Es prosector, que en términos científicos y generales, es una persona diestra en anatomía que ayuda en la disección a un médico, esto con el objetivo de diagnosticar una causa de muerte. Curiosamente, advierte, que en este oficio se aprende más de la vida.

Llegó a ese trabajo, en parte, porque sintió atracción por el tabú que implica la muerte, el tratar de entenderla a través de los cadáveres que a sus manos llegan. Es así, que suma tres años ininterrumpidos de estar conviviendo con ella, día a día.

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“La primera vez que estuve en una necro cirugía nunca se me va a olvidar, es algo que nos impacta porque no estamos preparados para esa situación, pues naturalmente el humano le teme al hecho de ver un cuerpo sin vida, psicológicamente no te encuentras listo para ello”.

Ser prosector no es para todos. Cuenta sobre los casos de compañeros que estudiaron y se capacitaron, pero que, tras llevarlo a la práctica, decidieron no regresar. Al momento de intervenir los cuerpos, explica que pueden venir los mareos, las náuseas y hasta pesadillas, situaciones que muchos no logran superar.

En su caso, comparte que aprendió a desarrollar un proceso de asimilación, aunque aclara que nunca se vuelve algo normal, pues confiesa que todo el tiempo causa impresión. La diferencia, dice, está en saber hacer tu trabajo con respeto todo el tiempo, jamás mofarse, ejecutar científicamente y racionarlo, porque el golpe psicológico puede ser brutal.

“No me gusta involucrar mucho el tema religioso con el trabajo porque se cae en contradicciones. No hay más, o te haces de la parte religiosa o de la científica. Si accedes a la primera, corres el riesgo de hacer mal tu trabajo y lo que se quiere y lo que se necesita es ser objetivo”.

Cuando llega un cadáver, el proceso de necropsia inicia con la intervención de un equipo multidisciplinario en el que se involucran los médicos, especialistas en dactiloscopia, fotografía, genética, químicos y finalmente los prosectores.

“En el cráneo se hace una incisión en el cuero cabelludo en forma de corona, desde la apófisis mastoides de un lado hacia otro haciendo dos colgajos, uno anterior y otro posterior y se hace un corte del craneal, donde se denomina calota a la fusión del hueso frontal y los dos parietales y el occipital. Después, se hace un corte longitudinal de estas cuatro partes y queda expuesto el tejido encefálico, se analiza, después se extrae este tejido y se muestra al médico para que lo revise, se vean todas sus caras, ángulos y bordes”.

El lenguaje técnico se ve superado en ciertas situaciones, como cuando a sus manos llegan cadáveres de niños. Expone que el tratar sus cuerpos le hace pensar en su hija y cuesta separar lo profesional de lo individual, termina pesando al grado de cargar con ello por varios días, dándole vueltas al asunto para intentar entender qué fue lo que los llevó al deceso.

También los jóvenes despiertan en él emociones adicionales y difíciles de controlar. Ver que lo cuerpos que le llegan son de personas no mayores a los 18 años, le causa pesar y tristeza por el futuro que se escapó junto con ellos.

En un trabajo como éste y a tres años de distancia, relata que las experiencias atípicas se han presentado en el anfiteatro: “En todo este tiempo me he negado rotundamente en meter a mi mente lo paranormal, situaciones que no tengan explicación o lógica. Sin embargo, hay compañeros a los que les ha sucedido que están de pie y de repente siente jalones en la ropa, aunque no haya otra persona en el lugar”.

De manera personal, cuenta que hace dos semanas por la madrugada, junto a su compañero, se encontraban haciendo la limpieza de su área de trabajo y al terminar se retiraron a descansar a una zona asignada para ello, pero al levantarse para entregar su turno se encontraron con que las mesas donde guardan sus instrumentos ya estaban en otro sitio, “no se explica porque sólo estábamos dos personas y nadie se levantó, pero son cosas de las que no nos gusta hablar porque no nos conviene, al final estamos a lado de los cadáveres”.

Cuando decidió ser prosector lo hizo pensando en que encontraría respuestas claras sobre la muerte, pero no fue del todo así. En cambio, asegura que ha aprendido a vivir. Sin tener una explicación certera, expone que los muertos lo han hecho ser mejor persona, le han ayudado a comprender que la vida es muy frágil y que por ello se debe iniciar un camino de valoración del entorno.

Luego viene la parte la social. Asume con responsabilidad su trabajo porque sabe que existen casos en los que tiene la oportunidad de ayudar a identificar a las personas que perdieron la vida, pero que no se sabe quiénes son. Se trata de tomar sus muestras genéticas y lograr dar con los familiares, pero también de darles una paz que, quizá, en vida nunca tuvieron.

Morelia, Mich (OEM-Infomex).- Me pide que no revele su nombre porque la institución estatal para la que trabaja lo puede sancionar. Es prosector, que en términos científicos y generales, es una persona diestra en anatomía que ayuda en la disección a un médico, esto con el objetivo de diagnosticar una causa de muerte. Curiosamente, advierte, que en este oficio se aprende más de la vida.

Llegó a ese trabajo, en parte, porque sintió atracción por el tabú que implica la muerte, el tratar de entenderla a través de los cadáveres que a sus manos llegan. Es así, que suma tres años ininterrumpidos de estar conviviendo con ella, día a día.

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Ser prosector no es para todos. Cuenta sobre los casos de compañeros que estudiaron y se capacitaron, pero que, tras llevarlo a la práctica, decidieron no regresar. Al momento de intervenir los cuerpos, explica que pueden venir los mareos, las náuseas y hasta pesadillas, situaciones que muchos no logran superar.

En su caso, comparte que aprendió a desarrollar un proceso de asimilación, aunque aclara que nunca se vuelve algo normal, pues confiesa que todo el tiempo causa impresión. La diferencia, dice, está en saber hacer tu trabajo con respeto todo el tiempo, jamás mofarse, ejecutar científicamente y racionarlo, porque el golpe psicológico puede ser brutal.

“No me gusta involucrar mucho el tema religioso con el trabajo porque se cae en contradicciones. No hay más, o te haces de la parte religiosa o de la científica. Si accedes a la primera, corres el riesgo de hacer mal tu trabajo y lo que se quiere y lo que se necesita es ser objetivo”.

Cuando llega un cadáver, el proceso de necropsia inicia con la intervención de un equipo multidisciplinario en el que se involucran los médicos, especialistas en dactiloscopia, fotografía, genética, químicos y finalmente los prosectores.

“En el cráneo se hace una incisión en el cuero cabelludo en forma de corona, desde la apófisis mastoides de un lado hacia otro haciendo dos colgajos, uno anterior y otro posterior y se hace un corte del craneal, donde se denomina calota a la fusión del hueso frontal y los dos parietales y el occipital. Después, se hace un corte longitudinal de estas cuatro partes y queda expuesto el tejido encefálico, se analiza, después se extrae este tejido y se muestra al médico para que lo revise, se vean todas sus caras, ángulos y bordes”.

El lenguaje técnico se ve superado en ciertas situaciones, como cuando a sus manos llegan cadáveres de niños. Expone que el tratar sus cuerpos le hace pensar en su hija y cuesta separar lo profesional de lo individual, termina pesando al grado de cargar con ello por varios días, dándole vueltas al asunto para intentar entender qué fue lo que los llevó al deceso.

También los jóvenes despiertan en él emociones adicionales y difíciles de controlar. Ver que lo cuerpos que le llegan son de personas no mayores a los 18 años, le causa pesar y tristeza por el futuro que se escapó junto con ellos.

En un trabajo como éste y a tres años de distancia, relata que las experiencias atípicas se han presentado en el anfiteatro: “En todo este tiempo me he negado rotundamente en meter a mi mente lo paranormal, situaciones que no tengan explicación o lógica. Sin embargo, hay compañeros a los que les ha sucedido que están de pie y de repente siente jalones en la ropa, aunque no haya otra persona en el lugar”.

De manera personal, cuenta que hace dos semanas por la madrugada, junto a su compañero, se encontraban haciendo la limpieza de su área de trabajo y al terminar se retiraron a descansar a una zona asignada para ello, pero al levantarse para entregar su turno se encontraron con que las mesas donde guardan sus instrumentos ya estaban en otro sitio, “no se explica porque sólo estábamos dos personas y nadie se levantó, pero son cosas de las que no nos gusta hablar porque no nos conviene, al final estamos a lado de los cadáveres”.

Cuando decidió ser prosector lo hizo pensando en que encontraría respuestas claras sobre la muerte, pero no fue del todo así. En cambio, asegura que ha aprendido a vivir. Sin tener una explicación certera, expone que los muertos lo han hecho ser mejor persona, le han ayudado a comprender que la vida es muy frágil y que por ello se debe iniciar un camino de valoración del entorno.

Luego viene la parte la social. Asume con responsabilidad su trabajo porque sabe que existen casos en los que tiene la oportunidad de ayudar a identificar a las personas que perdieron la vida, pero que no se sabe quiénes son. Se trata de tomar sus muestras genéticas y lograr dar con los familiares, pero también de darles una paz que, quizá, en vida nunca tuvieron.

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