/ sábado 27 de julio de 2019

Luis Palomares, último paisajista michoacano

El maestro de decenas de pintores relató que durante su trayectoria en el arte conoció a Elba Esther Gordillo “cuando era guapa”

Los ojos del pintor Luis Palomares Frías lucen ahora cargados de ayeres que sustituyen a la luz y el color con la que antes pintaba sus monumentales cuadros que hoy cuelgan de todas las paredes de su amplio y acogedor estudio particular.

Hoy sus pies cansados ya no lo llevarían a recorrer ni la mitad de los hermosos paisajes que tanto le llenaron la pupila, el corazón y los lienzos; pero Luis Palomares Frías, el maestro de artes y pintura de decenas de pintores locales y nacionales, tiene su mente llena de recuerdos que pinta con pinceladas arrebatadas y trazos cortos, coloridos y desordenados.

Don Luis Palomares por estos días rebasó los 87 años y como regalo de cumpleaños montó una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo (MACAZ) de la ciudad que hoy lleva el nombre de Alfredo Zalce, el maestro muralista, grabador y pintor al que; sin embargo, Luis Palomares niega haberle seguido los pasos.

Esta exposición reciente de Palomares está integrada por obra inédita, que ha bautizado con el nombre de “Paseando por Europa” y que evoca sus andanzas por el Viejo Continente, al que siempre quiso ir a vivir y que aún recuerda con nostalgia.

Es una muestra pictórica que reúne 44 obras, entre ellas 18 cuadros de gran formato, 14 dibujos a lápiz y nueve cuadros chicos que aluden a paisajes y espacios arquitectónicos de París, España Bélgica e Inglaterra, que admite como su segundo amor de la vida.

“Los artistas siempre andamos buscando dónde exponer”, señala y dice que desde que se asentó en Morelia, las oportunidades para mostrar su obra son escasas.

“Aquí expongo una vez al año en el MACAZ; las pocas salas siempre están ocupadas”, admite, mientras recuerda que hay muchos pintores jóvenes, nuevos talentos que pugnan como él por mostrar sus pinturas.

En esta reflexión menciona al artista visual Felipe del Castillo, a quien considera “un buen pintor, joven y con talento”. Sobre la marcha se acuerda también de Francisco Rodríguez Oñate, quien murió en marzo pasado a los 79 años y con quien coincidió en una exposición itinerante en Estados Unidos.

El maestro Luis Palomares se niega a las comparaciones y de entrada exige que no se le equipare con Alfredo Zalce, con quien -asegura- sólo interactuó en pocas ocasiones durante su tiempo de estudiante y cuando Zalce era ya un grabador y pintor reconocido, al lado de los más grandes muralistas que ha dado México.

Soy un artista que no quiero imitar a nadie, les guste o no les guste, yo quiero ser yo. No copio a Zalce, no copio a nadie

Al maestro Zalce sólo le pidió consejo un día sobre dónde debería de estudiar pintura y fue quien le mencionó por primera vez la Academia de San Carlos y la Esmeralda en la Ciudad de México, de aquellos prósperos y fructíferos años de 1940.

La obra del maestro Palomares es siempre íntima y cálida, como su estudio instalado en lo alto de su casa familiar, ubicada en una calle estrecha y ruidosa del Centro de la ciudad de Morelia.

Casi todas sus pinturas son febriles, sobre todo las del inicio de su carrera en las que los retratos eran casi siempre de su familia.

En su estudio, el maestro ha decidido darle incluso un lugar especial a su obra primaria que ha colocado en un muro que él mismo ha llamado “el muro familiar”.

Así, el primer retrato que hizo Luis Palomares fue el de su abuela Maclovia Ruiz, una mujer de Huaniqueo, Michoacán, su pueblo natal, que “con paciencia me estuvo posando por horas enteras”. Aún conserva esa pintura, lo mismo que la de su abuelo, que pintó con gran profesionalismo al segundo año que cursaba sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Michoacana.


Luis Palomares Frías estaba condenado a ser un gris funcionario bancario, montado atrás de un escritorio repleto de papeles con números y números, pero el ímpetu del arte se impuso en su vida y logró encaminarse a la Escuela de Bellas Artes en la Ciudad de México, donde conocería y aprendería técnicas y estilos de grandes maestros.

“Mi primer autorretrato lo hice con espátula, encerrado horas y horas en mi cuarto para no ser molestado por mis compañeros. Me miraba al espejo y ensayaba una y otra vez lo aprendido en las clases”, evoca, mientras da pequeños sorbos al vaso con refresco que ha preparado para dar la entrevista.

Desde muy chico le llamaron la atención los trazos, el dibujo, las pinturas, los colores y las formas y recuerda cómo un día al pasar por el Centro de la ciudad descubrió a un pintor callejero que ensayaba con retratos a lápiz que después vendía.

Sin embargo, su padre estaba empeñado en que su hijo primogénito hiciera una carrera comercial, que por esos años prometían futuros prósperos y seguros.

“Un día iba por la calle de Morelos Sur (en Morelia) vi a un hombre que dibujaba y pintaba muy concentrado en su trabajo y lo esperé hasta que terminó su jornada para preguntarle dónde había aprendido a hacer eso, dónde se estudiaba para dibujar y pintar, que era lo que a mí me llenaba”, relata como si se tratara de un cuento.

“Le ofrecí entonces a mi papá hacer la carrera que él quería y a la vez y por las tardes estudiar en Bellas Artes, ahí por las calles del Centro”.


Antonio Silva Díaz fue uno de sus primeros maestros en Bellas Artes, quien se dio cuenta del talento y disciplina del joven pintor Palomares. Él lo impulso a inscribirse una y otra vez a los concursos internos que la escuela organizaba cada año y que ganó en tres ocasiones de manera ininterrumpida.

Con las credenciales y recomendaciones más altas como estudiante, Palomares Frías emigró a la Ciudad de México a la Academia de San Carlos en donde conocería a compañeros que lo llevarían a emprender una loca aventura de pintores-trotamundos que pretendían recorrer América y Europa, sin otro equipaje que sus lienzos.

En esa época, uno de sus colegas que era un artista con vena política le presentaría después a la entonces incipiente lideresa sindical del gremio magisterial Elba Esther Gordillo, que don Luis Palomares recuerda como “una mujer hermosa, joven, de gran belleza y porte”.

“Elba Esther Gordillo era una mujer guapa. No me creen mis hijos, ni la familia; pero la maestra Gordillo era muy guapa. La conocí cuando un día ella se presentó a la sección de enseñanzas artísticas de Bellas Artes, donde yo tenía una plaza; ahora se descompuso, pero cuando era joven era guapa”, menciona entre risas.

Don Luis Palomares reconoce que al pintor que más admira y admiró siempre es a José María Velasco (1840), una de sus grandes influencias a quien reflejó y quizás sin proponérselo imitó, sobre todo en sus inicios.

Por ello asegura que se decantó por el paisajismo que plasma hasta la fecha con maestría evocando a lugares de Michoacán, principalmente Uruapan.

Por estos días Luis Palomares recién inauguró otra exposición en el Centro Cultural Clavijero, que albergará más de 100 pinturas del maestro Palomares en una puesta que bautizó como “Imágenes oníricas” y que forman parte de esta tercera etapa de su vida artística.

La locura, la imaginación y los sueños son la inspiración de “Imágenes Oníricas”, que son expuestos en cuadros de varios formatos y que están llenos de fantasía, movimiento y colorido.

En su personal estilo personal en el que el plano geométrico paisajístico y urbano resalta de manera irrefutable, don Luis Palomares asegura que seguirá pintando hasta el final de sus días, cuando sólo la vida le impida apreciar la belleza de lo que lo rodea.

La muestra pictórica de Luis Palomares estará presenté hasta el 31 de octubre, en la sala 9 del CCC.

Don Luis Palomares es hoy el último paisajista michoacano, heredero de una tradición de pintores que plasma la historia de un país que se ha ido, pero que era capaz de construir los sueños de todas las generaciones.

Los ojos del pintor Luis Palomares Frías lucen ahora cargados de ayeres que sustituyen a la luz y el color con la que antes pintaba sus monumentales cuadros que hoy cuelgan de todas las paredes de su amplio y acogedor estudio particular.

Hoy sus pies cansados ya no lo llevarían a recorrer ni la mitad de los hermosos paisajes que tanto le llenaron la pupila, el corazón y los lienzos; pero Luis Palomares Frías, el maestro de artes y pintura de decenas de pintores locales y nacionales, tiene su mente llena de recuerdos que pinta con pinceladas arrebatadas y trazos cortos, coloridos y desordenados.

Don Luis Palomares por estos días rebasó los 87 años y como regalo de cumpleaños montó una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo (MACAZ) de la ciudad que hoy lleva el nombre de Alfredo Zalce, el maestro muralista, grabador y pintor al que; sin embargo, Luis Palomares niega haberle seguido los pasos.

Esta exposición reciente de Palomares está integrada por obra inédita, que ha bautizado con el nombre de “Paseando por Europa” y que evoca sus andanzas por el Viejo Continente, al que siempre quiso ir a vivir y que aún recuerda con nostalgia.

Es una muestra pictórica que reúne 44 obras, entre ellas 18 cuadros de gran formato, 14 dibujos a lápiz y nueve cuadros chicos que aluden a paisajes y espacios arquitectónicos de París, España Bélgica e Inglaterra, que admite como su segundo amor de la vida.

“Los artistas siempre andamos buscando dónde exponer”, señala y dice que desde que se asentó en Morelia, las oportunidades para mostrar su obra son escasas.

“Aquí expongo una vez al año en el MACAZ; las pocas salas siempre están ocupadas”, admite, mientras recuerda que hay muchos pintores jóvenes, nuevos talentos que pugnan como él por mostrar sus pinturas.

En esta reflexión menciona al artista visual Felipe del Castillo, a quien considera “un buen pintor, joven y con talento”. Sobre la marcha se acuerda también de Francisco Rodríguez Oñate, quien murió en marzo pasado a los 79 años y con quien coincidió en una exposición itinerante en Estados Unidos.

El maestro Luis Palomares se niega a las comparaciones y de entrada exige que no se le equipare con Alfredo Zalce, con quien -asegura- sólo interactuó en pocas ocasiones durante su tiempo de estudiante y cuando Zalce era ya un grabador y pintor reconocido, al lado de los más grandes muralistas que ha dado México.

Soy un artista que no quiero imitar a nadie, les guste o no les guste, yo quiero ser yo. No copio a Zalce, no copio a nadie

Al maestro Zalce sólo le pidió consejo un día sobre dónde debería de estudiar pintura y fue quien le mencionó por primera vez la Academia de San Carlos y la Esmeralda en la Ciudad de México, de aquellos prósperos y fructíferos años de 1940.

La obra del maestro Palomares es siempre íntima y cálida, como su estudio instalado en lo alto de su casa familiar, ubicada en una calle estrecha y ruidosa del Centro de la ciudad de Morelia.

Casi todas sus pinturas son febriles, sobre todo las del inicio de su carrera en las que los retratos eran casi siempre de su familia.

En su estudio, el maestro ha decidido darle incluso un lugar especial a su obra primaria que ha colocado en un muro que él mismo ha llamado “el muro familiar”.

Así, el primer retrato que hizo Luis Palomares fue el de su abuela Maclovia Ruiz, una mujer de Huaniqueo, Michoacán, su pueblo natal, que “con paciencia me estuvo posando por horas enteras”. Aún conserva esa pintura, lo mismo que la de su abuelo, que pintó con gran profesionalismo al segundo año que cursaba sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Michoacana.


Luis Palomares Frías estaba condenado a ser un gris funcionario bancario, montado atrás de un escritorio repleto de papeles con números y números, pero el ímpetu del arte se impuso en su vida y logró encaminarse a la Escuela de Bellas Artes en la Ciudad de México, donde conocería y aprendería técnicas y estilos de grandes maestros.

“Mi primer autorretrato lo hice con espátula, encerrado horas y horas en mi cuarto para no ser molestado por mis compañeros. Me miraba al espejo y ensayaba una y otra vez lo aprendido en las clases”, evoca, mientras da pequeños sorbos al vaso con refresco que ha preparado para dar la entrevista.

Desde muy chico le llamaron la atención los trazos, el dibujo, las pinturas, los colores y las formas y recuerda cómo un día al pasar por el Centro de la ciudad descubrió a un pintor callejero que ensayaba con retratos a lápiz que después vendía.

Sin embargo, su padre estaba empeñado en que su hijo primogénito hiciera una carrera comercial, que por esos años prometían futuros prósperos y seguros.

“Un día iba por la calle de Morelos Sur (en Morelia) vi a un hombre que dibujaba y pintaba muy concentrado en su trabajo y lo esperé hasta que terminó su jornada para preguntarle dónde había aprendido a hacer eso, dónde se estudiaba para dibujar y pintar, que era lo que a mí me llenaba”, relata como si se tratara de un cuento.

“Le ofrecí entonces a mi papá hacer la carrera que él quería y a la vez y por las tardes estudiar en Bellas Artes, ahí por las calles del Centro”.


Antonio Silva Díaz fue uno de sus primeros maestros en Bellas Artes, quien se dio cuenta del talento y disciplina del joven pintor Palomares. Él lo impulso a inscribirse una y otra vez a los concursos internos que la escuela organizaba cada año y que ganó en tres ocasiones de manera ininterrumpida.

Con las credenciales y recomendaciones más altas como estudiante, Palomares Frías emigró a la Ciudad de México a la Academia de San Carlos en donde conocería a compañeros que lo llevarían a emprender una loca aventura de pintores-trotamundos que pretendían recorrer América y Europa, sin otro equipaje que sus lienzos.

En esa época, uno de sus colegas que era un artista con vena política le presentaría después a la entonces incipiente lideresa sindical del gremio magisterial Elba Esther Gordillo, que don Luis Palomares recuerda como “una mujer hermosa, joven, de gran belleza y porte”.

“Elba Esther Gordillo era una mujer guapa. No me creen mis hijos, ni la familia; pero la maestra Gordillo era muy guapa. La conocí cuando un día ella se presentó a la sección de enseñanzas artísticas de Bellas Artes, donde yo tenía una plaza; ahora se descompuso, pero cuando era joven era guapa”, menciona entre risas.

Don Luis Palomares reconoce que al pintor que más admira y admiró siempre es a José María Velasco (1840), una de sus grandes influencias a quien reflejó y quizás sin proponérselo imitó, sobre todo en sus inicios.

Por ello asegura que se decantó por el paisajismo que plasma hasta la fecha con maestría evocando a lugares de Michoacán, principalmente Uruapan.

Por estos días Luis Palomares recién inauguró otra exposición en el Centro Cultural Clavijero, que albergará más de 100 pinturas del maestro Palomares en una puesta que bautizó como “Imágenes oníricas” y que forman parte de esta tercera etapa de su vida artística.

La locura, la imaginación y los sueños son la inspiración de “Imágenes Oníricas”, que son expuestos en cuadros de varios formatos y que están llenos de fantasía, movimiento y colorido.

En su personal estilo personal en el que el plano geométrico paisajístico y urbano resalta de manera irrefutable, don Luis Palomares asegura que seguirá pintando hasta el final de sus días, cuando sólo la vida le impida apreciar la belleza de lo que lo rodea.

La muestra pictórica de Luis Palomares estará presenté hasta el 31 de octubre, en la sala 9 del CCC.

Don Luis Palomares es hoy el último paisajista michoacano, heredero de una tradición de pintores que plasma la historia de un país que se ha ido, pero que era capaz de construir los sueños de todas las generaciones.

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