/ lunes 1 de mayo de 2023

Peritos, chofer de Uber y repartidor, los empleos riesgosos en Michoacán

Los trabajadores en Morelia afrontan distintos riesgos en sus trabajos, incluyendo socios de plataformas digitales

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Si bien todo trabajo tiene su dosis de riesgo para quien lo ejerce, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) publicó una lista de los empleos que más accidentes reportaron el año pasado. El top lo encabezan agentes de ventas, seguidos de encargados de almacén, trabajadores de limpieza, promotores, choferes, obreros industriales, cocineros, conductores de camiones y tráilers, cargadores y operadores de maquinaria.

En Michoacán, los empleos no solo enfrentan diferentes condiciones del ámbito laboral, sino las características propias de una entidad con altos indicadores de inseguridad. En ese escenario, no es sencillo ser taxista o socio de una plataforma de transporte, como tampoco lo es el actuar de peritos policiales que se enfrentan todos los días a casos de violencia extrema.

La vida de un perito

Lidiar con la muerte, situaciones de riesgo, jornadas que se llegan a extender hasta 48 horas, pero también con la inestabilidad de nunca estar fijo en una misma ciudad, forman parte de la vida laboral de Javier, perito desde hace tres años en la Fiscalía General del Estado (FGE).

Desde la primera ocasión en que atendió un llamado para hacer el levantamiento de un cadáver, entendió de lo que iba su trabajo y que el miedo iba a ser un compañero constante, sobre todo en una entidad donde la violencia se ha vuelto parte de la cotidianidad.

“Esa primera experiencia me marcó, estábamos en Coalcomán y prácticamente nos encontrábamos rodeados de ministeriales cuidándonos mientras procesábamos la escena y levantábamos el cadáver, esto obedecía a que en los cerros de los alrededores se sabía que estaban sicarios observando”.

Javier reconoce que estaba aterrado y al mismo tiempo estresado, ya que era consciente de que en cualquier momento los sicarios podían activar su arma, “en ese momento le informé a mi pareja de la situación para que estuviera enterada por si me llegaba a pasar algo y así no dejara de estar pendiente de mí”.

Otra situación que marcó su carrera como perito fue el primer suicidio que le tocó atender. Se trataba de una chica de 15 años. “Sentí horrible ver a sus papás destrozados y el pensar cómo esa chica de tan corta edad pudo tomar una acción tan radical sin importar el futuro que le esperaba, me hizo experimentar un pesar y tristeza al momento de ir a casa”.

No obstante, a raíz de ese momento, entendió que en su trabajo su mirada debería ser más fría, pues de lo contrario, una empatía exacerbada podría atraerle como consecuencia una salud mental deteriorada.

Si bien dice que el salario de un perito es mucho mejor a comparación de lo que ganan los médicos en otros puestos, aclara que hay un sacrificio a pagar como es la inestabilidad, ya que en estos tres años le ha tocado vivir en cinco regiones distintas de Michoacán.

“Tú comienzas a hacer una vida y crees que ahí te vas a quedar estable, pero de un día para otro, y sin previo aviso, deciden trasladarte a otro municipio. Si a esto le sumas que en ocasiones las jornadas se extienden durante todo el fin de semana, pues comienza a aparecer el desgaste físico y mental”.

Sobre el hecho de tener una convivencia directa con la muerte todos los días, Javier expone que se ha terminado por acostumbrarse y lo asimila como cualquier trabajo, donde el albañil se adapta a laborar bajo el sol o el maestro en un aula.

“Pero también esto me ha ayudado a ver la muerte como lo que es: un proceso fisiológico que todos en algún momento vamos a vivir, ya sea tarde o temprano y por la circunstancia que sea. Además, he aprendido a poner límites a mi empatía, pues en un Michoacán donde hasta los niños mueren a causa de la violencia, ya tendría completamente destrozada mi salud mental”, concluye.

La dura labor de la resina

Cuando a Antonio Orozco le hablaron de que había una oportunidad laboral en una de las tantas fábricas que se ubican en Ciudad Industrial, le advirtieron que el trabajo sería pesado y que no serían pocos los tambos de resina que tendría que descargar al día.

Y así fue, en dos años que lleva en la empresa, relata que además de descargar, también dentro de sus funciones está el verter tambos de resina de pino de aproximadamente 230 kilogramos, así como lavar los tanques donde se cocina dicho material.

“Al momento de que me advirtieron de lo pesado que sería, yo me imaginé que sería una chamba similar a lo que puede hacer un albañil en una obra, pero también entendí que cualquier chamba que hagas sin gusto y pasión, pues te costará el doble”.

En este sentido, comparte que en estos dos años ha visto llegar personas que aseguran ya haber estado en trabajos de grandes esfuerzos, pero al siguiente día no regresan porque no soportaron lo que implica estar en una fábrica de resina.

“Yo me he sabido adaptar al trabajo y ya no se me hace tan pesado, en todo caso lo difícil en estas situaciones es cuando comienzas a tener roces con el personal que labora en la empresa, pero también es algo que se trata de evitar”.

Respecto al salario, Antonio señala que es variable, pues “cuando entras son mil 400 pesos a la semana, pero cuando ven que ya le agarraste la onda te pagan producción más horas extras, que vendrían siendo como dos mil semanales”.

En Uber de madrugada

Son las 2:00 de la mañana y casi toda la ciudad duerme. Para quienes no lo hacen y deben transportarse de un lugar a otro está el servicios que ofrece Juan Carlos Calderón, socio de la plataforma Uber que ha preferido manejar en las madrugadas para que las ganancias sean mayores. Sin embargo, los riesgos son muchos. En una ciudad como Morelia, los asaltos son la constante, sumados a casos de secuestro, como el ocurrido con un chofer el pasado 4 de abril, cuando salió a brindar un servicio en Copándaro.

Quienes laboran en esta empresa, al igual que otras de la competencia, no tienen seguridad social y encima comenzaron su labor bajo el hostigamiento de la Comisión Coordinadora del Transporte Público (Cocotra) cuyos afiliados llegaron a vandalizar automóviles y golpear a conductores. “Es un trabajo muy exigente, la propia plataforma te permite estar en el sistema hasta 12 horas, pero en realidad son más, lo que puede ocasionar cansancio y por lo tanto accidentes”.

Para él, una jornada habitual comienza a las 10:00 de la mañana y termina a las 4:00 de la madrugada del siguiente día, lo que significa que a lo mucho dormirá cuatro horas, la mitad de lo que se recomienda para cualquier ser humano. “Pero no hay de otra, si no trabajas duro no te alcanza”, acepta el hombre, quien detalla los peligros constantes que implica ofrecer el servicio en Morelia.

“Hace meses la zona más complicada era el sur, nos pedían viajes para Pátzcuaro, para Uruapan, pero hubo compañeros a quienes les quitaron los vehículos, además de despojarlos de su dinero y hasta golpearlos. Ahora el problema está del otro lado, en el norte, con asaltos continuos en Chiquimitío y Copándaro”.

En lo particular ha sufrido robos y agresiones de clientes que se suben en estado de ebriedad, riesgos que han tratado de afrontar con una comunicación interna entre los socios de la plataforma, pues Juan Carlos reclama que por parte del gobierno no hay garantías para conducir con tranquilidad.

Entrega rápida

Sinué enciende su motocicleta porque debe llevar tres paquetes de comida desde un restaurante del sur de la ciudad hasta una casa al norte de la misma. Hace cuatro años decidió que ser repartidor en Uber Eats era más redituable que buscar empleo en otra parte y aunque en un inicio optó por el medio tiempo, ahora le invierte ocho horas diarias.

“Cada viaje es una aventura distinta”, señala en entrevista, pues es un auténtico juego contra reloj, ya que la plataforma es muy precisa en cuanto al tiempo que llegará el encargo”.

Anécdotas tiene varias, como la tarde en que a medio camino le salió una jauría de perros que se le echaron encima, lo que derivó en que se cayera, le mordieran una pierna y encima se descompusiera la motocicleta, ocasionando que el cliente tuviera que llegar ahí para recoger su comida.

“Además de las fallas mecánicas, hay que lidiar con los clientes que muchas veces te califican mal porque en el restaurante no les pusieron de forma correcta el pedido; lidiar con los restauranteros que se enojan hasta porque no les sonríes y lidiar con el SAT, porque aquí hay que autogestionarse, ya que pagarle a un contador es muy costoso”, concluye.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Si bien todo trabajo tiene su dosis de riesgo para quien lo ejerce, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) publicó una lista de los empleos que más accidentes reportaron el año pasado. El top lo encabezan agentes de ventas, seguidos de encargados de almacén, trabajadores de limpieza, promotores, choferes, obreros industriales, cocineros, conductores de camiones y tráilers, cargadores y operadores de maquinaria.

En Michoacán, los empleos no solo enfrentan diferentes condiciones del ámbito laboral, sino las características propias de una entidad con altos indicadores de inseguridad. En ese escenario, no es sencillo ser taxista o socio de una plataforma de transporte, como tampoco lo es el actuar de peritos policiales que se enfrentan todos los días a casos de violencia extrema.

La vida de un perito

Lidiar con la muerte, situaciones de riesgo, jornadas que se llegan a extender hasta 48 horas, pero también con la inestabilidad de nunca estar fijo en una misma ciudad, forman parte de la vida laboral de Javier, perito desde hace tres años en la Fiscalía General del Estado (FGE).

Desde la primera ocasión en que atendió un llamado para hacer el levantamiento de un cadáver, entendió de lo que iba su trabajo y que el miedo iba a ser un compañero constante, sobre todo en una entidad donde la violencia se ha vuelto parte de la cotidianidad.

“Esa primera experiencia me marcó, estábamos en Coalcomán y prácticamente nos encontrábamos rodeados de ministeriales cuidándonos mientras procesábamos la escena y levantábamos el cadáver, esto obedecía a que en los cerros de los alrededores se sabía que estaban sicarios observando”.

Javier reconoce que estaba aterrado y al mismo tiempo estresado, ya que era consciente de que en cualquier momento los sicarios podían activar su arma, “en ese momento le informé a mi pareja de la situación para que estuviera enterada por si me llegaba a pasar algo y así no dejara de estar pendiente de mí”.

Otra situación que marcó su carrera como perito fue el primer suicidio que le tocó atender. Se trataba de una chica de 15 años. “Sentí horrible ver a sus papás destrozados y el pensar cómo esa chica de tan corta edad pudo tomar una acción tan radical sin importar el futuro que le esperaba, me hizo experimentar un pesar y tristeza al momento de ir a casa”.

No obstante, a raíz de ese momento, entendió que en su trabajo su mirada debería ser más fría, pues de lo contrario, una empatía exacerbada podría atraerle como consecuencia una salud mental deteriorada.

Si bien dice que el salario de un perito es mucho mejor a comparación de lo que ganan los médicos en otros puestos, aclara que hay un sacrificio a pagar como es la inestabilidad, ya que en estos tres años le ha tocado vivir en cinco regiones distintas de Michoacán.

“Tú comienzas a hacer una vida y crees que ahí te vas a quedar estable, pero de un día para otro, y sin previo aviso, deciden trasladarte a otro municipio. Si a esto le sumas que en ocasiones las jornadas se extienden durante todo el fin de semana, pues comienza a aparecer el desgaste físico y mental”.

Sobre el hecho de tener una convivencia directa con la muerte todos los días, Javier expone que se ha terminado por acostumbrarse y lo asimila como cualquier trabajo, donde el albañil se adapta a laborar bajo el sol o el maestro en un aula.

“Pero también esto me ha ayudado a ver la muerte como lo que es: un proceso fisiológico que todos en algún momento vamos a vivir, ya sea tarde o temprano y por la circunstancia que sea. Además, he aprendido a poner límites a mi empatía, pues en un Michoacán donde hasta los niños mueren a causa de la violencia, ya tendría completamente destrozada mi salud mental”, concluye.

La dura labor de la resina

Cuando a Antonio Orozco le hablaron de que había una oportunidad laboral en una de las tantas fábricas que se ubican en Ciudad Industrial, le advirtieron que el trabajo sería pesado y que no serían pocos los tambos de resina que tendría que descargar al día.

Y así fue, en dos años que lleva en la empresa, relata que además de descargar, también dentro de sus funciones está el verter tambos de resina de pino de aproximadamente 230 kilogramos, así como lavar los tanques donde se cocina dicho material.

“Al momento de que me advirtieron de lo pesado que sería, yo me imaginé que sería una chamba similar a lo que puede hacer un albañil en una obra, pero también entendí que cualquier chamba que hagas sin gusto y pasión, pues te costará el doble”.

En este sentido, comparte que en estos dos años ha visto llegar personas que aseguran ya haber estado en trabajos de grandes esfuerzos, pero al siguiente día no regresan porque no soportaron lo que implica estar en una fábrica de resina.

“Yo me he sabido adaptar al trabajo y ya no se me hace tan pesado, en todo caso lo difícil en estas situaciones es cuando comienzas a tener roces con el personal que labora en la empresa, pero también es algo que se trata de evitar”.

Respecto al salario, Antonio señala que es variable, pues “cuando entras son mil 400 pesos a la semana, pero cuando ven que ya le agarraste la onda te pagan producción más horas extras, que vendrían siendo como dos mil semanales”.

En Uber de madrugada

Son las 2:00 de la mañana y casi toda la ciudad duerme. Para quienes no lo hacen y deben transportarse de un lugar a otro está el servicios que ofrece Juan Carlos Calderón, socio de la plataforma Uber que ha preferido manejar en las madrugadas para que las ganancias sean mayores. Sin embargo, los riesgos son muchos. En una ciudad como Morelia, los asaltos son la constante, sumados a casos de secuestro, como el ocurrido con un chofer el pasado 4 de abril, cuando salió a brindar un servicio en Copándaro.

Quienes laboran en esta empresa, al igual que otras de la competencia, no tienen seguridad social y encima comenzaron su labor bajo el hostigamiento de la Comisión Coordinadora del Transporte Público (Cocotra) cuyos afiliados llegaron a vandalizar automóviles y golpear a conductores. “Es un trabajo muy exigente, la propia plataforma te permite estar en el sistema hasta 12 horas, pero en realidad son más, lo que puede ocasionar cansancio y por lo tanto accidentes”.

Para él, una jornada habitual comienza a las 10:00 de la mañana y termina a las 4:00 de la madrugada del siguiente día, lo que significa que a lo mucho dormirá cuatro horas, la mitad de lo que se recomienda para cualquier ser humano. “Pero no hay de otra, si no trabajas duro no te alcanza”, acepta el hombre, quien detalla los peligros constantes que implica ofrecer el servicio en Morelia.

“Hace meses la zona más complicada era el sur, nos pedían viajes para Pátzcuaro, para Uruapan, pero hubo compañeros a quienes les quitaron los vehículos, además de despojarlos de su dinero y hasta golpearlos. Ahora el problema está del otro lado, en el norte, con asaltos continuos en Chiquimitío y Copándaro”.

En lo particular ha sufrido robos y agresiones de clientes que se suben en estado de ebriedad, riesgos que han tratado de afrontar con una comunicación interna entre los socios de la plataforma, pues Juan Carlos reclama que por parte del gobierno no hay garantías para conducir con tranquilidad.

Entrega rápida

Sinué enciende su motocicleta porque debe llevar tres paquetes de comida desde un restaurante del sur de la ciudad hasta una casa al norte de la misma. Hace cuatro años decidió que ser repartidor en Uber Eats era más redituable que buscar empleo en otra parte y aunque en un inicio optó por el medio tiempo, ahora le invierte ocho horas diarias.

“Cada viaje es una aventura distinta”, señala en entrevista, pues es un auténtico juego contra reloj, ya que la plataforma es muy precisa en cuanto al tiempo que llegará el encargo”.

Anécdotas tiene varias, como la tarde en que a medio camino le salió una jauría de perros que se le echaron encima, lo que derivó en que se cayera, le mordieran una pierna y encima se descompusiera la motocicleta, ocasionando que el cliente tuviera que llegar ahí para recoger su comida.

“Además de las fallas mecánicas, hay que lidiar con los clientes que muchas veces te califican mal porque en el restaurante no les pusieron de forma correcta el pedido; lidiar con los restauranteros que se enojan hasta porque no les sonríes y lidiar con el SAT, porque aquí hay que autogestionarse, ya que pagarle a un contador es muy costoso”, concluye.

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