/ domingo 5 de enero de 2020

Amor al vinilo: Djs se cautivan con viejos formatos

Con la llegada de la entonces nueva tecnología del compact disc, a finales del siglo anterior, se creía que los discos LP estaban destinados a desaparecer; sin embargo es la actualidad este formato continúa siendo muy apreciado  

Morelia, Michoacán. (OEM-Infomex).- Para hablar de discos de vinilo, tendríamos que recurrir a la historia y nombrar a personajes como Thomas Alva Edison, Emile Berliner y Elridge Jonson, triada de inventores que aportaron su talento para el desarrollo del gramófono. Luego, habría que grabarse el nombre de Enrico Caruso, cantante popular italiano que registró 260 producciones en formato de 78 revoluciones, lo que lo convirtió en el primer artista millonario gracias a la venta de esos platillos con música.

El disco en vinilo, o también llamado LP (derivado de long play: larga duración) inundó los hogares de millones de familias en todo el mundo, fue el objeto que rodaba en una consola mientras una delicada aguja pasaba por encima para entonces provocar la magia: emitir no solo música, sino cualquier tipo sonido. Sin embargo, la tecnología habría de evolucionar y hacia finales del siglo XX apareció el disco compacto, mucho más ligero, con más capacidad, portable e incluso susceptible de conectarse a los llamados walkman, de ponerse en los estéreos del automóvil y en casi cualquier parte.

Se dijo entonces que el CD, y antes el casete, eran la tumba de los discos de vinilo. Pero, como a menudo ocurre con las aves de mal agüero, estaban equivocados.

En plena segunda década del nuevo siglo, el disco en formato de vinilo es cada vez más apreciado no solo por consumidores, sino por quienes son los encargados de ambientar las noches en los clubes de la ciudad: los djs, muchos de los cuales encuentran en el LP una obra artesanal con un sonido impecable. En Morelia no es que haya muchos, pero poco a poco vemos más artistas de la tornamesa que cambian los archivos digitales por los vinilos artesanales.

DESDE TIJUANA HASTA MORELIA

Max Lemat formó parte de la escena tijuanense cuando vino el boom no solo en materia de música en vivo, sino de djs y productores fronterizos que se pusieron a experimentar como se les daba la gana. Ahí surgió Nortec, el colectivo más popular de esa región, pero de forma paralela crecieron sellos discográficos y artistas que reventaron las formas de hacer música electrónica.

Apenas tenía 18 años cuando me involucré en el ambiente de los djs, gracias a un amigo llamado Daniel Rivera: él me enseñó a mezclar en forma, aunque yo ya producía música industrial. En ese entonces, mediados de los 90, toda la música electrónica encajaba en el rave, así la etiquetábamos, por lo que nos íbamos a Estados Unidos para encontrar toda clase de discos

Max, quien ahora es uno de los productores más respetables en la capital michoacana.

Mezclar con vinilos era la única forma en esa época, pues los discos compactos apenas comenzaban a salir y los casetes eran para uso casero. Por ello, para Lemat significó su primer amor, sus besos de adolescencia, perder la virginidad en los clubes tijuanenses. En esa misma esquina del mundo habría de integrarse a For Proco, una productora de culto que continúa compartiendo subgéneros como electro, cut and paste, industrial, IDM, ambient, experimental y noise. Con ellos pisó varios escenarios, uno de ellos el Rockotitlán, el legendario espacio que también fue la prueba de fuego para los grupos de rock como Caifanes y Fobia. El tiempo pasó, las fiestas continuaron y los músicos siguieron en lo suyo, mientras que Max Lemat se concentró en Aqua Delfín, su proyecto inclinado al ambient house y techno.

Después abandonaría el circuito Tijuana-San Diego-Los Ángeles para arribar a Morelia, la que considera una ciudad pequeña pero fiestera, ubicada en medio de otras urbes donde se puede construir una escena de djs. “Creo que comienzan a surgir tanto djs como gente que vende vinilos especializados, y las fiestas empiezan a ser grandes; lo único que falta es lograr un sonido original, algo que sea exclusivo de Morelia. Yo he visto como se gestan las escenas y creo que esta ciudad tienen todo para hacerlo”, afirma quien se lleva al menos unos 150 discos en cada set, pero tiene más de mil en casa.

ENAMORADO DE LO ARTESANAL

Amante de la música electrónica, Iván Beal es un auténtico vampiro desde la juventud, desde que se dedicada a trabajar en bares que cerraban a altas horas de la madrugada. “Mi interés por la electrónica comenzó desde que tenía 15 años, pero no me tocó la cultura del vinil por mi generación y por la ciudad en la que vivo. Cuando rebasé los 20 ya me metí a la producción, específicamente con variantes de house y techno, así como la experimentación sonora donde también suenan fragmentos literarios”. Para Iván, ser dj “es como ser un curador de arte”, pues afirma que hay que distribuir bien las piezas como si se tratara de cuadros al óleo.

Psicólogo de profesión, Iván Beal ahora experimenta con todo tipo de sonidos, desde grabaciones surgidas del metro de la Ciudad de México hasta fragmentos del escritor argentino Julio Cortázar.Del vinil me fascina su calidad, su fidelidad, es un formato físico, eso me fascina porque incluso lo puedes intervenir, si rayas un surco obtienes un nuevo sonido, si tienes todo apagado y haces girar el disco también lo puedes escuchar. Pero también lo aprecio porque va en contra de la inmediatez contemporánea, donde todo es líquido y digital. ¿Por qué todo tiene que ser así de volátil? No es que un vinil sea mejor por decreto, pero es más formal; quienes lo hacen tienen una noción más clara de la música como cultura”.

Otra razón para abrazar a estos discos es que generan una interacción social que combate al comportamiento individualista. “Cuando el disco era el único formato provocaba que toda una familia escuchara lo mismo en casa, no como pasó después, que todos nos aislamos”. Beal considera que una buena sesión de vinilos requiere de audios profesionales, de lugares con las condiciones necesarias y un público que sepa apreciar la fidelidad del formato. Cree que no hay una escena sólida en la ciudad, pero ésta no se va a generar sola, sino con gente que sea propositiva, que, como afirmó Max Lemat, le aporte un ruido identificable.

NIÑO DJ

Dj residente del bar Mirlo, Adrián Ávila ya pinchaba, por increíble que parezca, a los ocho años, pues su padre se desarrolló como productor de aparatos de sonido, por lo que creció en medio de mezcladoras, bocinas y luces multicolores. Los propios amigos de su progenitor lo enseñaron los mejores trucos para mezclar música electrónica, así que a los 15 años ya dominaba las tornamesas, aunque todavía no lo dejaban entrar a los clubes nocturnos. “Pero ya sabía qué me gustaba, tenía en mente una propuesta que llevara a la gente a otro lugar, que los sacara de su rutina”, recuerda. Comenzó con el minimal techno enfocado al progresive trance, con un gusto especial por el sonido minimalista, y tiempo después aterrizó en el tech house y el minimal house, “son subgéneros que me parecen surrealistas, sus contextos son otros al techno o al house por sí solos”, remata.

Fue gracias a un productor español que Ávila se acercó a los vinilos, donde descubrió las ventajas de poseer un objeto físico: “Es como tener un libro, porque lo puedes conservar, se lo muestras a la gente, tiene una portada y un arte, lo conservas por años y puede pasar de generación en generación, es una forma maravillosa de almacenar música”. Fue tanto el cariño que lo tomó a los LPs que ahora los mezcla al menos una vez a la semana en Mirlo, un pequeño lugar donde ya son recurrentes las sesiones bajo este formato. Por último, aclara: “Tocar con vinilo es como un vicio, una vez que lo haces, ya no lo puedes dejar”.

VINILOS CON RASTAS

Uno de los personajes más identificados y queridos en la ciudad es Vinilo Man, también conocido como El Chinito entre sus amigos. Admirador del reggae y con rastas inconfundibles, lleva varios años de bar en bar con su caja de discos LP de los que salen ritmos como rock, funk, música disco y desde luego todo lo que nos lleva al ambiente caribeño en el que surgió Bob Marley. Residente de bares como Frida y Salón Púrpura, el Vinilo Man aprecia tanto los vinilos como su vida misma y con los años ha logrado una colección que ya rebasa los cuatro dígitos. Su propuesta, a diferencia de muchas otras, no tiene nada que ver con los a veces rebuscados subgéneros electrónicos, sino con la esencia de los clásicos que nos llevan a otras dimensiones.

En una ciudad que despide música por doquier, hay más amantes del vinilo como Chito Wave, quien además es músico y productor; Izzak Saldaña, residente de La Inmune; Input Fernández, verdadero precursor del hip hop; y Manu Vixen, que le apuesta el techno, house y experimental. A todos ellos habrá que seguirles la pista, pues son los vinileros de la ciudad.

Morelia, Michoacán. (OEM-Infomex).- Para hablar de discos de vinilo, tendríamos que recurrir a la historia y nombrar a personajes como Thomas Alva Edison, Emile Berliner y Elridge Jonson, triada de inventores que aportaron su talento para el desarrollo del gramófono. Luego, habría que grabarse el nombre de Enrico Caruso, cantante popular italiano que registró 260 producciones en formato de 78 revoluciones, lo que lo convirtió en el primer artista millonario gracias a la venta de esos platillos con música.

El disco en vinilo, o también llamado LP (derivado de long play: larga duración) inundó los hogares de millones de familias en todo el mundo, fue el objeto que rodaba en una consola mientras una delicada aguja pasaba por encima para entonces provocar la magia: emitir no solo música, sino cualquier tipo sonido. Sin embargo, la tecnología habría de evolucionar y hacia finales del siglo XX apareció el disco compacto, mucho más ligero, con más capacidad, portable e incluso susceptible de conectarse a los llamados walkman, de ponerse en los estéreos del automóvil y en casi cualquier parte.

Se dijo entonces que el CD, y antes el casete, eran la tumba de los discos de vinilo. Pero, como a menudo ocurre con las aves de mal agüero, estaban equivocados.

En plena segunda década del nuevo siglo, el disco en formato de vinilo es cada vez más apreciado no solo por consumidores, sino por quienes son los encargados de ambientar las noches en los clubes de la ciudad: los djs, muchos de los cuales encuentran en el LP una obra artesanal con un sonido impecable. En Morelia no es que haya muchos, pero poco a poco vemos más artistas de la tornamesa que cambian los archivos digitales por los vinilos artesanales.

DESDE TIJUANA HASTA MORELIA

Max Lemat formó parte de la escena tijuanense cuando vino el boom no solo en materia de música en vivo, sino de djs y productores fronterizos que se pusieron a experimentar como se les daba la gana. Ahí surgió Nortec, el colectivo más popular de esa región, pero de forma paralela crecieron sellos discográficos y artistas que reventaron las formas de hacer música electrónica.

Apenas tenía 18 años cuando me involucré en el ambiente de los djs, gracias a un amigo llamado Daniel Rivera: él me enseñó a mezclar en forma, aunque yo ya producía música industrial. En ese entonces, mediados de los 90, toda la música electrónica encajaba en el rave, así la etiquetábamos, por lo que nos íbamos a Estados Unidos para encontrar toda clase de discos

Max, quien ahora es uno de los productores más respetables en la capital michoacana.

Mezclar con vinilos era la única forma en esa época, pues los discos compactos apenas comenzaban a salir y los casetes eran para uso casero. Por ello, para Lemat significó su primer amor, sus besos de adolescencia, perder la virginidad en los clubes tijuanenses. En esa misma esquina del mundo habría de integrarse a For Proco, una productora de culto que continúa compartiendo subgéneros como electro, cut and paste, industrial, IDM, ambient, experimental y noise. Con ellos pisó varios escenarios, uno de ellos el Rockotitlán, el legendario espacio que también fue la prueba de fuego para los grupos de rock como Caifanes y Fobia. El tiempo pasó, las fiestas continuaron y los músicos siguieron en lo suyo, mientras que Max Lemat se concentró en Aqua Delfín, su proyecto inclinado al ambient house y techno.

Después abandonaría el circuito Tijuana-San Diego-Los Ángeles para arribar a Morelia, la que considera una ciudad pequeña pero fiestera, ubicada en medio de otras urbes donde se puede construir una escena de djs. “Creo que comienzan a surgir tanto djs como gente que vende vinilos especializados, y las fiestas empiezan a ser grandes; lo único que falta es lograr un sonido original, algo que sea exclusivo de Morelia. Yo he visto como se gestan las escenas y creo que esta ciudad tienen todo para hacerlo”, afirma quien se lleva al menos unos 150 discos en cada set, pero tiene más de mil en casa.

ENAMORADO DE LO ARTESANAL

Amante de la música electrónica, Iván Beal es un auténtico vampiro desde la juventud, desde que se dedicada a trabajar en bares que cerraban a altas horas de la madrugada. “Mi interés por la electrónica comenzó desde que tenía 15 años, pero no me tocó la cultura del vinil por mi generación y por la ciudad en la que vivo. Cuando rebasé los 20 ya me metí a la producción, específicamente con variantes de house y techno, así como la experimentación sonora donde también suenan fragmentos literarios”. Para Iván, ser dj “es como ser un curador de arte”, pues afirma que hay que distribuir bien las piezas como si se tratara de cuadros al óleo.

Psicólogo de profesión, Iván Beal ahora experimenta con todo tipo de sonidos, desde grabaciones surgidas del metro de la Ciudad de México hasta fragmentos del escritor argentino Julio Cortázar.Del vinil me fascina su calidad, su fidelidad, es un formato físico, eso me fascina porque incluso lo puedes intervenir, si rayas un surco obtienes un nuevo sonido, si tienes todo apagado y haces girar el disco también lo puedes escuchar. Pero también lo aprecio porque va en contra de la inmediatez contemporánea, donde todo es líquido y digital. ¿Por qué todo tiene que ser así de volátil? No es que un vinil sea mejor por decreto, pero es más formal; quienes lo hacen tienen una noción más clara de la música como cultura”.

Otra razón para abrazar a estos discos es que generan una interacción social que combate al comportamiento individualista. “Cuando el disco era el único formato provocaba que toda una familia escuchara lo mismo en casa, no como pasó después, que todos nos aislamos”. Beal considera que una buena sesión de vinilos requiere de audios profesionales, de lugares con las condiciones necesarias y un público que sepa apreciar la fidelidad del formato. Cree que no hay una escena sólida en la ciudad, pero ésta no se va a generar sola, sino con gente que sea propositiva, que, como afirmó Max Lemat, le aporte un ruido identificable.

NIÑO DJ

Dj residente del bar Mirlo, Adrián Ávila ya pinchaba, por increíble que parezca, a los ocho años, pues su padre se desarrolló como productor de aparatos de sonido, por lo que creció en medio de mezcladoras, bocinas y luces multicolores. Los propios amigos de su progenitor lo enseñaron los mejores trucos para mezclar música electrónica, así que a los 15 años ya dominaba las tornamesas, aunque todavía no lo dejaban entrar a los clubes nocturnos. “Pero ya sabía qué me gustaba, tenía en mente una propuesta que llevara a la gente a otro lugar, que los sacara de su rutina”, recuerda. Comenzó con el minimal techno enfocado al progresive trance, con un gusto especial por el sonido minimalista, y tiempo después aterrizó en el tech house y el minimal house, “son subgéneros que me parecen surrealistas, sus contextos son otros al techno o al house por sí solos”, remata.

Fue gracias a un productor español que Ávila se acercó a los vinilos, donde descubrió las ventajas de poseer un objeto físico: “Es como tener un libro, porque lo puedes conservar, se lo muestras a la gente, tiene una portada y un arte, lo conservas por años y puede pasar de generación en generación, es una forma maravillosa de almacenar música”. Fue tanto el cariño que lo tomó a los LPs que ahora los mezcla al menos una vez a la semana en Mirlo, un pequeño lugar donde ya son recurrentes las sesiones bajo este formato. Por último, aclara: “Tocar con vinilo es como un vicio, una vez que lo haces, ya no lo puedes dejar”.

VINILOS CON RASTAS

Uno de los personajes más identificados y queridos en la ciudad es Vinilo Man, también conocido como El Chinito entre sus amigos. Admirador del reggae y con rastas inconfundibles, lleva varios años de bar en bar con su caja de discos LP de los que salen ritmos como rock, funk, música disco y desde luego todo lo que nos lleva al ambiente caribeño en el que surgió Bob Marley. Residente de bares como Frida y Salón Púrpura, el Vinilo Man aprecia tanto los vinilos como su vida misma y con los años ha logrado una colección que ya rebasa los cuatro dígitos. Su propuesta, a diferencia de muchas otras, no tiene nada que ver con los a veces rebuscados subgéneros electrónicos, sino con la esencia de los clásicos que nos llevan a otras dimensiones.

En una ciudad que despide música por doquier, hay más amantes del vinilo como Chito Wave, quien además es músico y productor; Izzak Saldaña, residente de La Inmune; Input Fernández, verdadero precursor del hip hop; y Manu Vixen, que le apuesta el techno, house y experimental. A todos ellos habrá que seguirles la pista, pues son los vinileros de la ciudad.

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