/ domingo 27 de octubre de 2019

Eduardo Tinajero, el cazador de tesoros; coleccionista incurable

Desde temprana edad, al entrevistado le nació la curiosidad y la pasión por resguardar objetos antiguos tras una herencia de su abuela, los cuales califica como unas auténticas joyas invaluables

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Eduardo Tinajero Luna luce sonriente en el dibujo. Alrededor de su rostro y su calvicie, figuran piezas retro, anuncios publicitarios de otra época, autos clásicos y una leyenda contundente: “El coleccionista incurable”. El cuadro sirve como una especie de bienvenida al bazar de objetos antiguos, o al museo, como Eduardo prefiere que lo llamen.

En una bodega que apenas deja espacio para caminar, Eduardo resguarda y pone a la venta piezas antiguas que ha ido recolectando a lo largo de 45 años. “Aquí vas a encontrar de todo lo que te puedas imaginar” lanza la frase a manera de reto y con una alta dosis de confianza que solo un cazador de tesoros como él puede tener.

Tengo documentos antiguos firmados a puño y letra por Melchor Ocampo y Porfirio Díaz, un rosario que usó José María Morelos, así como billetes que se hicieron especialmente para recaudar fondos y construirle el monumento que es conocido como 'El Caballito', en fin, muchas cosas que bien podrían conformar un museo aquí en Morelia, pero los gobiernos no están dispuestos a apoyar

La curiosidad y la pasión por acumular le nacieron desde temprana edad a Eduardo, cuando a los ocho años de edad visitaba el rancho de su abuela y encontraba carretas, cuadros viejos, fonógrafos, radios, rockolas y toda una serie de cosas que él califica como unas auténticas joyas invaluables.

Años después, su abuela decidió regalarle cada uno de estos objetos, por lo que Eduardo no dudó en instalar su primer museo dentro de su habitación. A estas piezas, le siguieron más y más hasta llegar a un total de dos mil objetos que forman parte de su colección personal, “la que no se toca ni se vende”.

Admite que el coleccionismo es una adicción incontrolable que le hace vivir en estado de alerta, siempre buscando nuevos objetos que pueda sumar a su galería.

Yo andaba tocando en las casas para preguntar si no tenían cosas para venderme, entonces salía con radios de bulbos, botellas, esculturas, charolas de refrescos y todos esos objetos que la gente suele tener en el abandono y que consideran como basura

Cuando viaja, cuenta que aprovecha la oportunidad para visitar tiendas antiguas o si llega a observar algo que le llama la atención en un sitio cualquiera, no duda en acercarse y ofrecer una cantidad para poder llevárselo. Algunas veces los costos son elevados, pero cuando corre con suerte, paga precios irrisorios.

Dentro de todo lo que resguarda, dice tener una afición especial por la publicidad y los carteles de cine. Mientras exhibe una de sus últimas adquisiciones, un cartel de la película “No te engañes corazón” de Cantinflas, explica que los colores y las formas que se utilizaban antes lo llaman de manera particular.

Aunque ya suma 25 años con el bazar, se reconoce como un vendedor pesimista. Contrario a lo que dicta la lógica, Eduardo es feliz cuando no vende. Dice que le gusta más que la gente vaya y admire los objetos a que se los lleve. “Cuando me compran algo es difícil dejarlo ir, se sufre”.

Conocido como el negocio del “no vendo” porque en ocasiones se niega a ponerle precio a sus piezas, relata que pueden llegar a pasar semanas sin vender una sola cosa, pero también se pueden presentar temporadas favorables donde se tienen más ingresos, “es cuando a mi esposa le da más gusto”.

Dentro del espacio que decidió nombrar como “El Arte, Antigüedades, Marcos y Molduras”, Eduardo expone cámaras fotográficas de todos los modelos, máquinas de escribir, estufas, planchas, publicidad del viejo PRI, botellas de diferentes refrescos, figuras religiosas, juguetes, billetes, tocadiscos, lámparas y un largo etcétera.

Para decidir incluir una pieza al bazar, Eduardo confiesa que solamente tiene dos reglas básicas: que simplemente le guste y que sea antiguo decorativo. Cuando mira lo que ha construido con el pasar de los años, refiere que entiende que se trata más que nada de una añoranza al pasado y a la familia.

Cuando veo esas viejas teles gigantes, recuerdo el año del 68, cuando con mi hermano teníamos que pagar 5 centavos para poder ver los programas en otra casa porque en mi familia no teníamos el dinero para adquirir un televisor

Aunque su esposa le recuerda que cuando muera no se podrá llevar nada de lo que ha acumulado, Eduardo reconoce que no hace mucho caso y no cesa en la recolección, al grado de que cuenta con otras tres bodegas donde alberga cosas de cantera y de madera, puertas viejas y demás accesorios.

Pese al amor que le tiene a cada uno de sus tesoros, Eduardo asegura que no dudaría en donarlos para que formaran parte de un museo. Ya en el pasado ha intentado echar andar el proyecto y aunque no ha tenido suerte, afirma que seguirá insistiendo. Explica que la pasión es contagiosa y en ese sentido, admite que no le desagrada la idea de llenar el mundo de coleccionistas incurables.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Eduardo Tinajero Luna luce sonriente en el dibujo. Alrededor de su rostro y su calvicie, figuran piezas retro, anuncios publicitarios de otra época, autos clásicos y una leyenda contundente: “El coleccionista incurable”. El cuadro sirve como una especie de bienvenida al bazar de objetos antiguos, o al museo, como Eduardo prefiere que lo llamen.

En una bodega que apenas deja espacio para caminar, Eduardo resguarda y pone a la venta piezas antiguas que ha ido recolectando a lo largo de 45 años. “Aquí vas a encontrar de todo lo que te puedas imaginar” lanza la frase a manera de reto y con una alta dosis de confianza que solo un cazador de tesoros como él puede tener.

Tengo documentos antiguos firmados a puño y letra por Melchor Ocampo y Porfirio Díaz, un rosario que usó José María Morelos, así como billetes que se hicieron especialmente para recaudar fondos y construirle el monumento que es conocido como 'El Caballito', en fin, muchas cosas que bien podrían conformar un museo aquí en Morelia, pero los gobiernos no están dispuestos a apoyar

La curiosidad y la pasión por acumular le nacieron desde temprana edad a Eduardo, cuando a los ocho años de edad visitaba el rancho de su abuela y encontraba carretas, cuadros viejos, fonógrafos, radios, rockolas y toda una serie de cosas que él califica como unas auténticas joyas invaluables.

Años después, su abuela decidió regalarle cada uno de estos objetos, por lo que Eduardo no dudó en instalar su primer museo dentro de su habitación. A estas piezas, le siguieron más y más hasta llegar a un total de dos mil objetos que forman parte de su colección personal, “la que no se toca ni se vende”.

Admite que el coleccionismo es una adicción incontrolable que le hace vivir en estado de alerta, siempre buscando nuevos objetos que pueda sumar a su galería.

Yo andaba tocando en las casas para preguntar si no tenían cosas para venderme, entonces salía con radios de bulbos, botellas, esculturas, charolas de refrescos y todos esos objetos que la gente suele tener en el abandono y que consideran como basura

Cuando viaja, cuenta que aprovecha la oportunidad para visitar tiendas antiguas o si llega a observar algo que le llama la atención en un sitio cualquiera, no duda en acercarse y ofrecer una cantidad para poder llevárselo. Algunas veces los costos son elevados, pero cuando corre con suerte, paga precios irrisorios.

Dentro de todo lo que resguarda, dice tener una afición especial por la publicidad y los carteles de cine. Mientras exhibe una de sus últimas adquisiciones, un cartel de la película “No te engañes corazón” de Cantinflas, explica que los colores y las formas que se utilizaban antes lo llaman de manera particular.

Aunque ya suma 25 años con el bazar, se reconoce como un vendedor pesimista. Contrario a lo que dicta la lógica, Eduardo es feliz cuando no vende. Dice que le gusta más que la gente vaya y admire los objetos a que se los lleve. “Cuando me compran algo es difícil dejarlo ir, se sufre”.

Conocido como el negocio del “no vendo” porque en ocasiones se niega a ponerle precio a sus piezas, relata que pueden llegar a pasar semanas sin vender una sola cosa, pero también se pueden presentar temporadas favorables donde se tienen más ingresos, “es cuando a mi esposa le da más gusto”.

Dentro del espacio que decidió nombrar como “El Arte, Antigüedades, Marcos y Molduras”, Eduardo expone cámaras fotográficas de todos los modelos, máquinas de escribir, estufas, planchas, publicidad del viejo PRI, botellas de diferentes refrescos, figuras religiosas, juguetes, billetes, tocadiscos, lámparas y un largo etcétera.

Para decidir incluir una pieza al bazar, Eduardo confiesa que solamente tiene dos reglas básicas: que simplemente le guste y que sea antiguo decorativo. Cuando mira lo que ha construido con el pasar de los años, refiere que entiende que se trata más que nada de una añoranza al pasado y a la familia.

Cuando veo esas viejas teles gigantes, recuerdo el año del 68, cuando con mi hermano teníamos que pagar 5 centavos para poder ver los programas en otra casa porque en mi familia no teníamos el dinero para adquirir un televisor

Aunque su esposa le recuerda que cuando muera no se podrá llevar nada de lo que ha acumulado, Eduardo reconoce que no hace mucho caso y no cesa en la recolección, al grado de que cuenta con otras tres bodegas donde alberga cosas de cantera y de madera, puertas viejas y demás accesorios.

Pese al amor que le tiene a cada uno de sus tesoros, Eduardo asegura que no dudaría en donarlos para que formaran parte de un museo. Ya en el pasado ha intentado echar andar el proyecto y aunque no ha tenido suerte, afirma que seguirá insistiendo. Explica que la pasión es contagiosa y en ese sentido, admite que no le desagrada la idea de llenar el mundo de coleccionistas incurables.

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