/ sábado 3 de agosto de 2019

Paracho, tierra de lauderos

Este sábado comienza la Feria de la Guitarra en este municipio de la Meseta michoacana; El Sol de Morelia cuenta la historia de Los Amezcua, la familia de lauderos de la región

Paracho, Michoacán.- Don Gonzalo y don Gerónimo trabajan como constructores de instrumentos musicales en Paracho, Michoacán. Todo lo que saben en el manejo de las herramientas para realizar su oficio lo aprendieron con su padre, mismo que lo aprendió con su abuelo, y este último con su bisabuelo. Ellos son parte de la dinastía de los Amezcua, artistas michoacanos que trabajan la madera y la convierten en un hermoso instrumento: la guitarra.

Este oficio es parte de Paracho, de su gente y de su economía. El municipio pertenece a la Meseta Purépecha, está enclavado en un bosque, donde los árboles son los que dotan de la herramienta esencial de los llamados lauderos, las personas dedicadas al arte de construir instrumentos de cuerdas.

En este municipio la tradición data de 1848, y se niega a morir, porque su gente sigue impulsándola, a pesar de la falta de turismo, de los apoyos y de la apatía de las nuevas generaciones por el oficio.

Los Amezcua saben la importancia de su arte, trabajan todos los días para que su labor permanezca y se fortalezca por las nuevas generaciones.

Don Gonzalo Amezcua tiene 87 años, desde los 17 años trabaja como laudero. Es parte de los 400 talleres familiares de construcción de instrumentos de cuerda que existen en el municipio.

A pesar de su caminar lento por la edad, con un bastón que no suelta, se desenvuelve de un lado a otro dentro de su taller, que se encuentra en una de las calles aledañas al centro de Paracho, donde recibe a El Sol de Morelia para platicar sobre su oficio.

“Tengo muchas historias, pero ya estoy viejo, sordo, ciego y estoy cansado”, se reclama con una carcajada mientras nos recibe.

“Yo no estudié por ayudar a mi papá a trabajar las guitarras; él las trabajaba y me enseñó todo lo que sabía”, narra don Gonzalo Amezcua mientras que con su bastón señala una fotografía en blanco y negro que data de 1920, que se encuentra pegada en una de las paredes.

Enmarcada con un marco negro, la imagen está maltratada por el tiempo, pero aún llega a distinguirse toda su familia. “Estos son mis hermanos, mis primos, mi padre, ahí estábamos en la casa, junto al taller”, señala lentamente con su dedo.

Las guitarras que fabricaba la familia Amezcua fueron las primeras hechas con maderas de la región, como el pino, ceder, haya, cririmo, limoncillo, aguacate, fresno y mora. Las cuerdas eran de tripas de borrego y el barniz era de goma de laca, barnizado a muñeca. “De eso hacían las guitarras, no entraba la madera extranjera todavía; todo era de la región”, cuenta el hombre de 84 años.

La familia Amezcua construye guitarras desde 1830 hasta hoy, sin embargo ya quedan menos familiares de don Gonzalo con el interés de seguir esta tradición. “Los Amezcua somos los descendientes de los lauderos precursores en Paracho. Éramos muchos pero ya quedamos pocos. Lamentablemente se están extinguiendo; yo tengo tres hijos hombres, a ninguno les gustó, y lo entiendo, tienen su profesión, ya no les gustó, los nietos, menos”.

“La gente me dice don Gonzalo porque no enseñó a sus hijos, yo les respondo ‘no les gustó’. Nos estamos acabando, los Amezcua nos estamos acabando, ya quedamos poquitos y como guitarreros fabricantes pues sólo seremos dos o tres nada más”, platica don Gonzalo mientras se apoya en el banco de madera.

Herramientas de trabajo, fotografías de Pedro Infante, un diploma por haber participado en una de las ferias de la guitarra, imágenes de su familia y una de él en traje, visten este taller que desde 1957, don Gonzalo abre a las nueve de la mañana para trabajar.

A pesar de sub edad, continúa trabajando las guitarras comerciales, “las finas ya casi no las hago, están re caras”.

Don Gonzalo sabe que el oficio de hacer guitarras rústicamente se pierde poco a poco por la falta de interés de los jóvenes parachenses. “Ha cambiado mucho el oficio. Era muy rústico, muy difícil, muy pesado; la tradición ya no es la misma, han venido españoles a dar cursos, y muchos de los pobladores aprovecharon la enseñanza y cambiaron su forma de hacer guitarras”.

Fabricas, tecnología y tradición

Gerónimo Amezcua Gómez es un hombre callado. Él es sobrino de don Gonzalo. Se conocen bien, compartieron la misma enseñanza de sus familiares para ser lauderos.

La dinastía de los Amezcua en la construcción de guitarras viene desde la familia de don Refugio Amezcua Bravo y Modesto Amezcua Caro, quienes cortaban madera para sus guitarras en el cerro grande o cerro de águila en noche de luna llena. “De día seleccionaban un árbol de oyamel de aproximadamente un metro de diámetro y muy alto. Niños, jóvenes, mujeres y hombres asistían al bosque de noche para escoger los árboles”, según cuenta la crónica de Jhoel Talalla, que realizó en 1995, acerca de la llegada de la guitarra a Paracho.

“Yo le ayudaba a mi papa de chiquillo, le ayudaba a lijar y hacer cosas sencillas, yo soy el mayor de mis hermanos y me gusto el oficio y sigo todavía haciendo guitarras. Toda una tradición que viene de mi abuelo y bisabuelo”, narra sentado en un banco pequeño de su taller, ubicado en el centro de la ciudad.

“Toda mi familia se ha dedicado a eso; a mí me gusta porque mi papá era guitarrero y nos enseñó, y él aportó muchas cosas a la construcción de guitarras. Nosotros aprendimos de manera rústica, en el taller de mi padre no había tanta maquinaria como hay ahora, pero se las ingeniaban para hacer las guitarras”.

En Paracho existen 10 fábricas mexicanas dedicadas a la construcción de guitarras. Todas ellas utilizan maquinaria, acelerando la producción “pero no la calidad. Tiene muchos trabajadores, las hacen en serie; unos hacen una cosa, otros otras y así, en serie las fabrican pero la mejor guitarra es la que se hace artesanal. A mi me gusta hacerla toda, que una persona haga todo, es la mejor porque se van corrigiendo errores, nada de que ahí se va”, asegura don Gerónimo.

Las fabricas en este municipio no hacen guitarras de estilo fino, únicamente construyen instrumentos de estudio para que estudiantes de música aprendan a tocar. La guitarra fina requiere de tiempo “y que uno conozca de madera, de la construcción de la guitarra, del barniz, y hasta debe saber tocar un poquito para saber si está quedando bien, para saber cuál es el mejor sonido”.

“Nosotros hacemos guitarras de estudio, por el momento, la guitarra fina la dejamos para que sea por pedido. Porque la guitarra fina está muy cara, su producción e inversión cuesta mucho dinero, por el costo de la madera, porque es de importación como el palo de rosa de Brasil, pinabete alemán, lébano de la India, pura madera de importación”, asegura el laudero.

En Paracho hay tiendas que venden todo tipo de esas maderas de importación, y aquí se tiene de todo. Una guitarra de palo de rosas sale entre ocho mil y 30 mil pesos. “La inversión es mucha, por eso cada uno de los constructores le pone su precio. Don Gerónimo vende una guitarra fina de palo de rosa o pinabete alemán en ocho mil pesos, “pero hay muchos fabricantes porque ha evolucionado mucho en la construcción de las guitarras y algunos valoran sus guitarras en 30 mil pesos o más”.


Lo que hace la diferencia entre los Amezcua y los otros lauderos es la técnica, así ha sido durante cuatro generaciones. “Nosotros hacemos la guitarra como se hacia antes, de la manera rústica, desde el interior hasta el exterior; por eso hay una diferencia entre constructor y otro hasta en los precios. Cada quien le pone de su cosecha”.

Esta técnica de los Amezcua fue, en gran parte, gracias a la tradición del padre de don Gerónimo, Gerónimo Amezcua Reyes. “Mi abuelito y bisabuelo eran guitarreros, mi papá quedó huérfano muy chico y se fue a México en 1938, junto con otro Amezcua pusieron un taller y una tienda llamada La Michoacana. Aprendieron más porque podrían ver guitarras extranjeras y las comenzaron a replicar”.

En 1948, el padre de don Gerónimo regresó a Paracho a trabajar e instruir a familiares y conocidos acerca del arte de la construcción de la guitarra fina. Ya en los años sesenta, Gerónimo Amezcua Reyes inventó la técnica para fabricar el punto de cruz, el adorno fino central que llevan las bocas de las guitarras, esta técnica fue enseñada a todos sus trabajadores y hasta la fecha se sigue utilizan así en Paracho.

“Se va perdiendo la tradición de constructores de guitarras en la familia. Hay mucho revendedor pero pocos constructores; más tiendas y fabricas que constructores, se acelera la producción de la guitarra”. Para don Gerónimo la esperanza de que su oficio persista está en que las nuevas generaciones vean en este oficio un arte único y entrañable, para que a pesar de las tecnologías y el desinterés de los jóvenes, la dinastía de Los Amezcua sigan construyendo guitarras finas desde Paracho.

Paracho, Michoacán.- Don Gonzalo y don Gerónimo trabajan como constructores de instrumentos musicales en Paracho, Michoacán. Todo lo que saben en el manejo de las herramientas para realizar su oficio lo aprendieron con su padre, mismo que lo aprendió con su abuelo, y este último con su bisabuelo. Ellos son parte de la dinastía de los Amezcua, artistas michoacanos que trabajan la madera y la convierten en un hermoso instrumento: la guitarra.

Este oficio es parte de Paracho, de su gente y de su economía. El municipio pertenece a la Meseta Purépecha, está enclavado en un bosque, donde los árboles son los que dotan de la herramienta esencial de los llamados lauderos, las personas dedicadas al arte de construir instrumentos de cuerdas.

En este municipio la tradición data de 1848, y se niega a morir, porque su gente sigue impulsándola, a pesar de la falta de turismo, de los apoyos y de la apatía de las nuevas generaciones por el oficio.

Los Amezcua saben la importancia de su arte, trabajan todos los días para que su labor permanezca y se fortalezca por las nuevas generaciones.

Don Gonzalo Amezcua tiene 87 años, desde los 17 años trabaja como laudero. Es parte de los 400 talleres familiares de construcción de instrumentos de cuerda que existen en el municipio.

A pesar de su caminar lento por la edad, con un bastón que no suelta, se desenvuelve de un lado a otro dentro de su taller, que se encuentra en una de las calles aledañas al centro de Paracho, donde recibe a El Sol de Morelia para platicar sobre su oficio.

“Tengo muchas historias, pero ya estoy viejo, sordo, ciego y estoy cansado”, se reclama con una carcajada mientras nos recibe.

“Yo no estudié por ayudar a mi papá a trabajar las guitarras; él las trabajaba y me enseñó todo lo que sabía”, narra don Gonzalo Amezcua mientras que con su bastón señala una fotografía en blanco y negro que data de 1920, que se encuentra pegada en una de las paredes.

Enmarcada con un marco negro, la imagen está maltratada por el tiempo, pero aún llega a distinguirse toda su familia. “Estos son mis hermanos, mis primos, mi padre, ahí estábamos en la casa, junto al taller”, señala lentamente con su dedo.

Las guitarras que fabricaba la familia Amezcua fueron las primeras hechas con maderas de la región, como el pino, ceder, haya, cririmo, limoncillo, aguacate, fresno y mora. Las cuerdas eran de tripas de borrego y el barniz era de goma de laca, barnizado a muñeca. “De eso hacían las guitarras, no entraba la madera extranjera todavía; todo era de la región”, cuenta el hombre de 84 años.

La familia Amezcua construye guitarras desde 1830 hasta hoy, sin embargo ya quedan menos familiares de don Gonzalo con el interés de seguir esta tradición. “Los Amezcua somos los descendientes de los lauderos precursores en Paracho. Éramos muchos pero ya quedamos pocos. Lamentablemente se están extinguiendo; yo tengo tres hijos hombres, a ninguno les gustó, y lo entiendo, tienen su profesión, ya no les gustó, los nietos, menos”.

“La gente me dice don Gonzalo porque no enseñó a sus hijos, yo les respondo ‘no les gustó’. Nos estamos acabando, los Amezcua nos estamos acabando, ya quedamos poquitos y como guitarreros fabricantes pues sólo seremos dos o tres nada más”, platica don Gonzalo mientras se apoya en el banco de madera.

Herramientas de trabajo, fotografías de Pedro Infante, un diploma por haber participado en una de las ferias de la guitarra, imágenes de su familia y una de él en traje, visten este taller que desde 1957, don Gonzalo abre a las nueve de la mañana para trabajar.

A pesar de sub edad, continúa trabajando las guitarras comerciales, “las finas ya casi no las hago, están re caras”.

Don Gonzalo sabe que el oficio de hacer guitarras rústicamente se pierde poco a poco por la falta de interés de los jóvenes parachenses. “Ha cambiado mucho el oficio. Era muy rústico, muy difícil, muy pesado; la tradición ya no es la misma, han venido españoles a dar cursos, y muchos de los pobladores aprovecharon la enseñanza y cambiaron su forma de hacer guitarras”.

Fabricas, tecnología y tradición

Gerónimo Amezcua Gómez es un hombre callado. Él es sobrino de don Gonzalo. Se conocen bien, compartieron la misma enseñanza de sus familiares para ser lauderos.

La dinastía de los Amezcua en la construcción de guitarras viene desde la familia de don Refugio Amezcua Bravo y Modesto Amezcua Caro, quienes cortaban madera para sus guitarras en el cerro grande o cerro de águila en noche de luna llena. “De día seleccionaban un árbol de oyamel de aproximadamente un metro de diámetro y muy alto. Niños, jóvenes, mujeres y hombres asistían al bosque de noche para escoger los árboles”, según cuenta la crónica de Jhoel Talalla, que realizó en 1995, acerca de la llegada de la guitarra a Paracho.

“Yo le ayudaba a mi papa de chiquillo, le ayudaba a lijar y hacer cosas sencillas, yo soy el mayor de mis hermanos y me gusto el oficio y sigo todavía haciendo guitarras. Toda una tradición que viene de mi abuelo y bisabuelo”, narra sentado en un banco pequeño de su taller, ubicado en el centro de la ciudad.

“Toda mi familia se ha dedicado a eso; a mí me gusta porque mi papá era guitarrero y nos enseñó, y él aportó muchas cosas a la construcción de guitarras. Nosotros aprendimos de manera rústica, en el taller de mi padre no había tanta maquinaria como hay ahora, pero se las ingeniaban para hacer las guitarras”.

En Paracho existen 10 fábricas mexicanas dedicadas a la construcción de guitarras. Todas ellas utilizan maquinaria, acelerando la producción “pero no la calidad. Tiene muchos trabajadores, las hacen en serie; unos hacen una cosa, otros otras y así, en serie las fabrican pero la mejor guitarra es la que se hace artesanal. A mi me gusta hacerla toda, que una persona haga todo, es la mejor porque se van corrigiendo errores, nada de que ahí se va”, asegura don Gerónimo.

Las fabricas en este municipio no hacen guitarras de estilo fino, únicamente construyen instrumentos de estudio para que estudiantes de música aprendan a tocar. La guitarra fina requiere de tiempo “y que uno conozca de madera, de la construcción de la guitarra, del barniz, y hasta debe saber tocar un poquito para saber si está quedando bien, para saber cuál es el mejor sonido”.

“Nosotros hacemos guitarras de estudio, por el momento, la guitarra fina la dejamos para que sea por pedido. Porque la guitarra fina está muy cara, su producción e inversión cuesta mucho dinero, por el costo de la madera, porque es de importación como el palo de rosa de Brasil, pinabete alemán, lébano de la India, pura madera de importación”, asegura el laudero.

En Paracho hay tiendas que venden todo tipo de esas maderas de importación, y aquí se tiene de todo. Una guitarra de palo de rosas sale entre ocho mil y 30 mil pesos. “La inversión es mucha, por eso cada uno de los constructores le pone su precio. Don Gerónimo vende una guitarra fina de palo de rosa o pinabete alemán en ocho mil pesos, “pero hay muchos fabricantes porque ha evolucionado mucho en la construcción de las guitarras y algunos valoran sus guitarras en 30 mil pesos o más”.


Lo que hace la diferencia entre los Amezcua y los otros lauderos es la técnica, así ha sido durante cuatro generaciones. “Nosotros hacemos la guitarra como se hacia antes, de la manera rústica, desde el interior hasta el exterior; por eso hay una diferencia entre constructor y otro hasta en los precios. Cada quien le pone de su cosecha”.

Esta técnica de los Amezcua fue, en gran parte, gracias a la tradición del padre de don Gerónimo, Gerónimo Amezcua Reyes. “Mi abuelito y bisabuelo eran guitarreros, mi papá quedó huérfano muy chico y se fue a México en 1938, junto con otro Amezcua pusieron un taller y una tienda llamada La Michoacana. Aprendieron más porque podrían ver guitarras extranjeras y las comenzaron a replicar”.

En 1948, el padre de don Gerónimo regresó a Paracho a trabajar e instruir a familiares y conocidos acerca del arte de la construcción de la guitarra fina. Ya en los años sesenta, Gerónimo Amezcua Reyes inventó la técnica para fabricar el punto de cruz, el adorno fino central que llevan las bocas de las guitarras, esta técnica fue enseñada a todos sus trabajadores y hasta la fecha se sigue utilizan así en Paracho.

“Se va perdiendo la tradición de constructores de guitarras en la familia. Hay mucho revendedor pero pocos constructores; más tiendas y fabricas que constructores, se acelera la producción de la guitarra”. Para don Gerónimo la esperanza de que su oficio persista está en que las nuevas generaciones vean en este oficio un arte único y entrañable, para que a pesar de las tecnologías y el desinterés de los jóvenes, la dinastía de Los Amezcua sigan construyendo guitarras finas desde Paracho.

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