/ lunes 2 de septiembre de 2019

De la tragedia, al consuelo con la donación de órganos

Ellos viven en alguien más, aceptan los padres de Daniel y José Alfonso

A Daniel y José Alfonso, de escasos 15 años de edad, en plena adolescencia, se les cumplió su última voluntad. En una extrañeza para sus familiares, expresaron su deseo de ser donantes de órganos, como presintiendo su muerte.

En dos momentos distintos, Dany en marzo pasado, y Fonchito hace justo un año atrás, sufrieron un accidente que les arrebató la vida; se encontraron ante muerte cráneo-encefálica.

Mientras sus hijos yacían en una cama del Hospital General Regional del Instituto Mexicano del Seguro Social Morelia-Charo, en una difícil decisión, las madres de estos jóvenes decidieron atender el deseo de sus vástagos, aceptar la procuración multiorgánica, todo lo que fuera necesario para que otras personas pudieran recuperarse de una enfermedad.

Adriana Robledo Cárdenas, originaria del municipio de Los Reyes, recordó a su hijo Daniel, mejor conocido como el Vaquero. Entusiasta, alegre, quien había dejado de estudiar en busca del sueño americano; sin embargo, no alcanzó a irse.

De momentos con silencio absoluto, mientras las lágrimas de sus ojos comenzaron a rodar sobre sus mejillas, la madre soltera trajo a la memoria el día que su vástago de 15 años de edad se fue a jugar futbol con sus amigos. En pleno campo desmayó, la caída la provocó daño en el cerebro, de inmediato fue llevado a los servicios de urgencias, pero ante la gravedad del caso fue trasladado a la capital del estado.

Retrocedió años atrás, cuando en su etapa de niñez cuestionó a Adriana, le vio entre sus pertenencias una cartilla de donadora voluntaria. En aquel entonces le expresó su intención de ser donador, sobre todo sus pies, “él tenía un compañero que no crecía, y pues quería dárselos”.

“Yo quise donar todo, me imaginé el dolor de las mamás, yo por mi hijo ya no podía hacer nada”. Ahora, es una mujer tranquila y orgullosa, cumplió con la voluntad de Daniel, es su consuelo; también hizo hincapié en otro deseo, que cuidara de su hermana menor, una pequeña de cinco años de edad, porque “era el gran amor de su vida”.

Como toda madre, ya más tranquila en su relato, se expresó orgullosa, portando una camiseta verde con el retrato de su hijo. “No me arrepiento de lo que hice, entregué todo de mi hijo, córneas, corazón, riñones, hígado, tejidos, partes de huesos, no quedó nada, pero ahí está mi hijo, vive en alguien más”.


Sin afán de pedir algo a cambio, ninguna retribución económica -eso no pasa por su cabeza- vive con la esperanza de algún día conocer a las personas trasplantadas. “Quisiera poder abrazarlos y sentir a mi Dany en ellos”.

Adriana, al igual que Benjamín Narez Sepúlveda y Josefina Caballero Hurtado comparten una historia similiar, en misa de acción de gracias tuvieron la oportunidad de honrar la memoria de sus hijos, quienes viven en el cuerpo de otras personas, quienes se recuperan de una enfermedad que también amenazaba con arrebatarles la vida.

Benjamín y Josefina, procedentes de Purépero, son los padres de José Alfonso, donador cadavérico multiorgánico, en beneficio directo de cinco personas; además de piel y hueso, que de acuerdo con los médicos -relató la madre- servirá para unos 900 pacientes.

El 1 de septiembre de 2018, Fonchito, como lo nombraban de cariño, se fue de día de campo con sus amigos. Entre los nervios, un rostro que revelaba dolor y de la mano derecha sacaba y metía fuertemente un anillo de manera inquietante, Josefina se armó de valor: “No recuerdo cómo fue, llovía, era una cuatrimoto, la verdad no sé cómo pasó el accidente; su caída fue grave”.

Le faltaba un mes para cumplir los 16 años, murió en el Hospital de Charo el día 5 de septiembre. A un año de distancia, mientras compartía el testimonio de la donación multiorgánica, a su costado derecho su esposo lloraba, se animó a pronunciar palabra, mientras uno de sus familiares le pasaba un pañuelo para secar sus lágrimas.

“Él era monaguillo, fue catequista y perteneció un grupo juvenil; había expresado su intención de ser religioso”, recordó el padre del joven que cursaba el segundo año de bachiller en su natal Purépero.

“Estoy llena de esperanza”, retomó Josefina, “me conformo con saber que de alguna manera sigue viviendo en otras personas, es un orgullo saber que mi muchacho fue un maestro para mí”.

Como todo adolescente curioso, José Alfonso ya había investigado en el Internet sobre la donación de piel, lo mencionó su mamá. “Ven para que lo veas”, me dijo pero no lo alcancé a mirar, ya me imaginaba algo trágico, como si les arrancaran la piel de todo el cuerpo, pero estaba equivocada, aceptó.

En una ocasión, me dijo con toda franqueza: “Si llego a tener muerte cerebral quiero que se done todo de mí, ahora me doy cuenta por qué lo expresó. También me manifestó que cuando se muriera “quería fiesta, no quiero tristezas”, a lo que ella contestó: “No digas eso, eres un niño”; fue como presentir su muerte.

Y así fue, Fonchito fue despedido a la vida eterna con música, ahora con una misa colectiva de acción de gracias por ser un donante de órganos.

Josefina y Benjamín son padres también de los mellizos Paulina y Juan Pablo, también adolescentes, quienes comparten el dolor de haber perdido a José Alfonso, convertidos en promotores de la cultura de la donación de órganos.

Con misa, agradecen donadores y trasplantados

Como cada año, en la Catedral de Morelia se ofreció la homilía para honrar la memoria de los donadores cadavéricos, así como de vivos y trasplantados, quienes con un órgano han dado o tenido la oportunidad de sanar, de recuperar calidad de vida.

Esta acción de gracias forma parte de la campaña 2019 para promover la cultura de la donación de órganos y tejidos de la delegación regional del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Ayer domingo, la liturgia de la palabra invitó a dos actitudes concretas: ser humildes, afables, sencillos, pequeños y hallar gracia ante Dios, expresada ante 300 familiares y amigos de donadores, en su mayoría adolescentes y jóvenes, que tras un traumatismo craneoencefálico fallecieron, así como de trasplantados.

El sacerdote Abraham Díaz Hernández invitó a aquellos que tengan necesidad, de alimento ejemplificó, paguen con una sonrisa, con una actitud de amabilidad, que se retribuya con Dios, “no jalar agua para nuestro molino”.

Ser humildes y compartir con el que no tiene, el que lo necesita; enfatizó la labor altruista que representa donar parte de un órgano, parte del cuerpo, es un acto de generosidad que parte a partir del encuentro con Dios. Hizo votos para que se conceda la gracia de ser generoso de compartir, si es posible dar algo de la vida.

Alrededor de 50 familiares de donadores y de 20 trasplantados presentes, originarios de Los Reyes, Puruándiro, Purépero, Pátzcuaro y Morelia se reunieron en el recinto emblemático de la capital michoacana, donde el recuerdo de los seres queridos se manifestó en plegarias por el eterno descanso.

A Daniel y José Alfonso, de escasos 15 años de edad, en plena adolescencia, se les cumplió su última voluntad. En una extrañeza para sus familiares, expresaron su deseo de ser donantes de órganos, como presintiendo su muerte.

En dos momentos distintos, Dany en marzo pasado, y Fonchito hace justo un año atrás, sufrieron un accidente que les arrebató la vida; se encontraron ante muerte cráneo-encefálica.

Mientras sus hijos yacían en una cama del Hospital General Regional del Instituto Mexicano del Seguro Social Morelia-Charo, en una difícil decisión, las madres de estos jóvenes decidieron atender el deseo de sus vástagos, aceptar la procuración multiorgánica, todo lo que fuera necesario para que otras personas pudieran recuperarse de una enfermedad.

Adriana Robledo Cárdenas, originaria del municipio de Los Reyes, recordó a su hijo Daniel, mejor conocido como el Vaquero. Entusiasta, alegre, quien había dejado de estudiar en busca del sueño americano; sin embargo, no alcanzó a irse.

De momentos con silencio absoluto, mientras las lágrimas de sus ojos comenzaron a rodar sobre sus mejillas, la madre soltera trajo a la memoria el día que su vástago de 15 años de edad se fue a jugar futbol con sus amigos. En pleno campo desmayó, la caída la provocó daño en el cerebro, de inmediato fue llevado a los servicios de urgencias, pero ante la gravedad del caso fue trasladado a la capital del estado.

Retrocedió años atrás, cuando en su etapa de niñez cuestionó a Adriana, le vio entre sus pertenencias una cartilla de donadora voluntaria. En aquel entonces le expresó su intención de ser donador, sobre todo sus pies, “él tenía un compañero que no crecía, y pues quería dárselos”.

“Yo quise donar todo, me imaginé el dolor de las mamás, yo por mi hijo ya no podía hacer nada”. Ahora, es una mujer tranquila y orgullosa, cumplió con la voluntad de Daniel, es su consuelo; también hizo hincapié en otro deseo, que cuidara de su hermana menor, una pequeña de cinco años de edad, porque “era el gran amor de su vida”.

Como toda madre, ya más tranquila en su relato, se expresó orgullosa, portando una camiseta verde con el retrato de su hijo. “No me arrepiento de lo que hice, entregué todo de mi hijo, córneas, corazón, riñones, hígado, tejidos, partes de huesos, no quedó nada, pero ahí está mi hijo, vive en alguien más”.


Sin afán de pedir algo a cambio, ninguna retribución económica -eso no pasa por su cabeza- vive con la esperanza de algún día conocer a las personas trasplantadas. “Quisiera poder abrazarlos y sentir a mi Dany en ellos”.

Adriana, al igual que Benjamín Narez Sepúlveda y Josefina Caballero Hurtado comparten una historia similiar, en misa de acción de gracias tuvieron la oportunidad de honrar la memoria de sus hijos, quienes viven en el cuerpo de otras personas, quienes se recuperan de una enfermedad que también amenazaba con arrebatarles la vida.

Benjamín y Josefina, procedentes de Purépero, son los padres de José Alfonso, donador cadavérico multiorgánico, en beneficio directo de cinco personas; además de piel y hueso, que de acuerdo con los médicos -relató la madre- servirá para unos 900 pacientes.

El 1 de septiembre de 2018, Fonchito, como lo nombraban de cariño, se fue de día de campo con sus amigos. Entre los nervios, un rostro que revelaba dolor y de la mano derecha sacaba y metía fuertemente un anillo de manera inquietante, Josefina se armó de valor: “No recuerdo cómo fue, llovía, era una cuatrimoto, la verdad no sé cómo pasó el accidente; su caída fue grave”.

Le faltaba un mes para cumplir los 16 años, murió en el Hospital de Charo el día 5 de septiembre. A un año de distancia, mientras compartía el testimonio de la donación multiorgánica, a su costado derecho su esposo lloraba, se animó a pronunciar palabra, mientras uno de sus familiares le pasaba un pañuelo para secar sus lágrimas.

“Él era monaguillo, fue catequista y perteneció un grupo juvenil; había expresado su intención de ser religioso”, recordó el padre del joven que cursaba el segundo año de bachiller en su natal Purépero.

“Estoy llena de esperanza”, retomó Josefina, “me conformo con saber que de alguna manera sigue viviendo en otras personas, es un orgullo saber que mi muchacho fue un maestro para mí”.

Como todo adolescente curioso, José Alfonso ya había investigado en el Internet sobre la donación de piel, lo mencionó su mamá. “Ven para que lo veas”, me dijo pero no lo alcancé a mirar, ya me imaginaba algo trágico, como si les arrancaran la piel de todo el cuerpo, pero estaba equivocada, aceptó.

En una ocasión, me dijo con toda franqueza: “Si llego a tener muerte cerebral quiero que se done todo de mí, ahora me doy cuenta por qué lo expresó. También me manifestó que cuando se muriera “quería fiesta, no quiero tristezas”, a lo que ella contestó: “No digas eso, eres un niño”; fue como presentir su muerte.

Y así fue, Fonchito fue despedido a la vida eterna con música, ahora con una misa colectiva de acción de gracias por ser un donante de órganos.

Josefina y Benjamín son padres también de los mellizos Paulina y Juan Pablo, también adolescentes, quienes comparten el dolor de haber perdido a José Alfonso, convertidos en promotores de la cultura de la donación de órganos.

Con misa, agradecen donadores y trasplantados

Como cada año, en la Catedral de Morelia se ofreció la homilía para honrar la memoria de los donadores cadavéricos, así como de vivos y trasplantados, quienes con un órgano han dado o tenido la oportunidad de sanar, de recuperar calidad de vida.

Esta acción de gracias forma parte de la campaña 2019 para promover la cultura de la donación de órganos y tejidos de la delegación regional del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Ayer domingo, la liturgia de la palabra invitó a dos actitudes concretas: ser humildes, afables, sencillos, pequeños y hallar gracia ante Dios, expresada ante 300 familiares y amigos de donadores, en su mayoría adolescentes y jóvenes, que tras un traumatismo craneoencefálico fallecieron, así como de trasplantados.

El sacerdote Abraham Díaz Hernández invitó a aquellos que tengan necesidad, de alimento ejemplificó, paguen con una sonrisa, con una actitud de amabilidad, que se retribuya con Dios, “no jalar agua para nuestro molino”.

Ser humildes y compartir con el que no tiene, el que lo necesita; enfatizó la labor altruista que representa donar parte de un órgano, parte del cuerpo, es un acto de generosidad que parte a partir del encuentro con Dios. Hizo votos para que se conceda la gracia de ser generoso de compartir, si es posible dar algo de la vida.

Alrededor de 50 familiares de donadores y de 20 trasplantados presentes, originarios de Los Reyes, Puruándiro, Purépero, Pátzcuaro y Morelia se reunieron en el recinto emblemático de la capital michoacana, donde el recuerdo de los seres queridos se manifestó en plegarias por el eterno descanso.

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