/ domingo 22 de diciembre de 2019

Ambulantaje sobre ruedas: opción laboral

La rueda es una invención que ha seguido de cerca el desarrollo de la humanidad; ahora en pleno siglo XXI, su uso es tan importante que para algunas personas representa su medio se subsistencia

Se dice que la rueda fue inventada en el V milenio antes de Cristo en Mesopotamia. Para fines de transporte, los historiadores aseguran que en la cultura del Andrónovo se construyeron los primeros vehículos ligeros que después se propagarían a Europa y La India, no así a la América antes de la Conquista, pues al parecer no hay rastros de que civilizaciones como la azteca, maya o inca la hayan utilizado.

La rueda, hoy en día, es un elemento con el que casi siempre interactuamos. Desde la rueda que sostiene a la andadera cuando somos bebés hasta las ruedas de las combis que nos han de llevar a cualquier destino.

VENDO CHICLES DE 50 CENTAVOS

Uno de los destinos más complicados en esta ciudad, donde se dice que avanzamos “a vuelta de rueda”, es la Avenida Lázaro Cárdenas, sobre todo a la altura del Mercado Independencia, donde podríamos durar 20 minutos para apenas avanzar unas cinco cuadras. Es en esa complicada arteria donde Octavio tiene un pequeño puesto ambulante que transporta sobre una bicicleta de buen tamaño.

El jueves, a eso de las dos de la tarde, este hombre porta un radio con pilas colgado sobre su cuello y escucha las noticias: “Michoacán no es el estado con más indicadores de violencia en México”, afirma el conductor del noticiario, lo que le produce una sonrisa sarcástica.

En ese local sobre ruedas, Octavio vende un poco de todo: chicharrones con salsa, churritos, luchadores de plástico, dinosaurios rosas, loterías, armas de juguete y revistas para colorear. Tiene poquito más de sesenta años y no tiene un trabajo estable; sabe que a esa edad ya nadie le ofrecerá nada, así que no hay más remedio que colocarse afuera del Colegio Hispano Americano y esperar a que los transeúntes estén de antojo.

“Nomás que las ganancias aquí son muy pocas, por ejemplo, vendo chicles de 50 centavos, ¡imagínate qué le puedo sacar a eso!” Al parecer, este hombre gozó de cierta vigorosidad en sus mejores años, de lo contrario no habría procreado la escalofriante cifra de 17 hijos, todo un equipo de futbol con todo y suplentes.


Aún debe mantener a varios de ellos, nos cuenta, y para su desgracia no alcanza los 70 años para ser beneficiado con los apoyos del gobierno federal. A ese gobierno, el de Andrés Manuel López Obrador, Octavio no le tiene confianza, dice que es lo mismo que los que estaban antes, y que cuando él vivió en Tabasco, en Macuzpana, conoció al hoy presidente de la República. “No era nadie, su familia tenía una tienda, luego se metió de político y mira, ya se le hizo, pero uno no ganó nada con eso”.

Este sujeto enterado de la política nacional no es el único que sustenta su vida gracias a una rueda. En la atascada Lázaro Cárdenas podemos observar decenas de comerciantes informales que utilizan todo tipo de transporte con ruedas para vender algo, lo mismo naranjas que elotes, gazpachos que dulces, guantes que tamales.


PALETAS Y CHICHARRONES

Los carritos van y vienen y los de paletas son algunos de los más solicitados. Un hombre vende helados en un pequeño vehículo con su respectiva sombrilla. Vive en la colonia Las Flores y se desplaza todos los días a puntos como la Madero poniente, la colonia Morelos, la Gertrudis Bocanegra y la Molino de Parras.

Para entrar en confianza le compramos un helado de zarzamora, y mientras lo sirve nos cuenta que su rutina comienza temprano y termina tarde, pero prefiere eso a estar de ocioso en casa. Eso sí, cuando sale en la conversación el tema de los celulares, afirma que sí tiene uno pero que no lo saca porque entonces su mujer no lo deja en paz, “hay que ser libres cuando se pueda”, añade, y se mueve rápidamente para seguir ofreciendo helados en época casi helada.

Casi frente a una farmacia Guadalajara, ese imperio que se multiplica en todo el país al igual que las tiendas Oxxo, Rosaura tiene un puesto de chicharrones que todos los días lleva y trae gracias a las ruedas que lo sostienen. Mientras teje una prenda, nos dice que desde niña se dedica al ambulantaje con toda su familia.

Su madre vendía semillas en un canasto que se colocaba en la cabeza, nada de ruedas, sino el impulso de las piernas y el orgullo del corazón para no rendirse ante la adversidad. Esa señora, de nombre Gloria, también vendió chicles, paletas, churros y todo lo que la gente podía pedirle. Tuvo cuatro mujeres, la más pequeña ni siquiera ha cumplido su primer año, mientras que Rosaura ya casi es mayor de edad pero no pasó de la secundaria.

No se crea que los productos los compran en cualquier lado; sus abuelos se encargan de rebanar papas para luego freírlas y tenerlas listas en bolsas a las que solo habrá que agregar alguna salsa picante. Otro puesto lo tienen por el rumbo del Tec, como todos le decimos al Tecnológico de Morelia, no confundir con el otro Tec, el regiomontano de colegiaturas desbordadas. “Nos vamos rolando, por ejemplo yo me vengo al Monumento (a Lázaro Cárdenas) y mi tía se queda allá, luego viene mi hermana, o mi abuela, o mi prima, o mi tío, o mi mamá”, en fin, todo un sistema familiar que nunca falla.

La adolescente prefiere no dar cifras sobre cuánto gana con esta vendimia, “a veces se vende bien, luego mal”, pero eso sí, mucho mejor tener un negocio propio a emplearse en alguna empresa que pague mal, mucho mejor pedalear la bicicleta todos los días a ganar un salario mínimo, asegura esta mujer que cuando era niña se subía a los camiones para vender paletas.


GORROS PARA EL FRÍO, FRUTAS PARA EL CORAZÓN

Leticia no es tan buena conversadora como Rosaura. Su piel está tostada por el inclemente sol que no baja ni siquiera en épocas de invierno, pero cuando amanece, o cuando anochece, espera vender sus gorros y guantes que transporta sobre un diablito bien equipado.

Sobre esas dos ruedas sueña con ganar algo de dinero para mantener a su pequeño hijo que la acompaña todos los días, y que luce inquieto, desesperado, tal vez porque quiere jugar en vez de esperar sentado a que alguien se acerque. Hay un hermanito que aguarda en casa, se ha quedado con los abuelos, también es pequeño y querrá algún regalo de Santa Claus. Su madre no solo debe convencer a los clientes para que se cubran del frío, también habrá de estar atenta para que los inspectores del Ayuntamiento no le confisquen la mercancía.

“Son déspotas, no nos dejan trabajar para nada, porque si nos pescan nos recogen las cosas, nos multan, y pierde uno lo poquito que había ganado”. Esas multas, dice, son de 400 pesos, mientras que en una buena tarde vende no más de ocho piezas que no rebasan los 50 pesos. Las cuentas no salen, no dan, así que mejor será estar alerta.

Dolores, o Lolita, es la dueña de un vehículo de ruedas anchas en el cual ofrece frutas frescas preparadas de distinta manera, ya sea el clásico gazpacho moreliano o las convencionales, sin nada de ingredientes extras. Son más de 25 años los que se ha dedicado al comercio callejero.


En esos tiempos, en la década de los 90, tenía su puesto en la plaza Melchor Ocampo, cuando el centro de la ciudad era un enorme mercado y no el ahora celebrado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Posteriormente los trasladaron a la altura del Seguro Social en la avenida Madero, y como nada es para siempre, ahora se establecieron al poniente, rumbo a la colonia Tres Puentes.

Lola tiene olfato para los negocios, por eso desde hace algún tiempo dejó de vender cañas, pues por alguna razón su consumo venía a la baja, “a lo mejor por tanta enfermedad de la diabetes, o quién sabe por qué, pero ya no se vende como antes”.

La rutina es clara: levantarse muy temprano, poner a sus cuatro hijos a lavar y pelar la fruta, algo fundamental porque prefieren que los restos se queden en casa y así no generar tanta basura en la calle. Cuando ella se queda a vender, los chamacos se lanzan a la escuela y al salir la vuelven a ayudar para el regreso al hogar.

El negocio, asegura, da para mantener a todos, para comprar los útiles, los uniformes, los juguetes, la comida. El carrito ya tiene su historia, al menos 20 años de batalla y sigue luciendo fuerte, macizo, con llantas robustas que no se rajan, porque para vender fruta, paletas, gorros o frituras, nunca hay que rajarse.


Nos vamos rolando, por ejemplo yo me vengo al Monumento (a Lázaro Cárdenas) y mi tía se queda allá, luego viene mi hermana, o mi abuela, o mi prima, o mi tío, o mi mamá

Rosaura. Vendedora ambulante


Dato

El carrito ya tiene su historia, al menos 20 años de batalla y sigue luciendo fuerte, macizo, con llantas robustas que no se rajan, porque para vender fruta, paletas, gorros o frituras, nunca hay que rajarse

La rueda, hoy en día, es un elemento con el que casi siempre interactuamos. Desde la rueda que sostiene a la andadera cuando somos bebés hasta las ruedas de las combis que nos han de llevar a cualquier destino

Se dice que la rueda fue inventada en el V milenio antes de Cristo en Mesopotamia. Para fines de transporte, los historiadores aseguran que en la cultura del Andrónovo se construyeron los primeros vehículos ligeros que después se propagarían a Europa y La India, no así a la América antes de la Conquista, pues al parecer no hay rastros de que civilizaciones como la azteca, maya o inca la hayan utilizado.

La rueda, hoy en día, es un elemento con el que casi siempre interactuamos. Desde la rueda que sostiene a la andadera cuando somos bebés hasta las ruedas de las combis que nos han de llevar a cualquier destino.

VENDO CHICLES DE 50 CENTAVOS

Uno de los destinos más complicados en esta ciudad, donde se dice que avanzamos “a vuelta de rueda”, es la Avenida Lázaro Cárdenas, sobre todo a la altura del Mercado Independencia, donde podríamos durar 20 minutos para apenas avanzar unas cinco cuadras. Es en esa complicada arteria donde Octavio tiene un pequeño puesto ambulante que transporta sobre una bicicleta de buen tamaño.

El jueves, a eso de las dos de la tarde, este hombre porta un radio con pilas colgado sobre su cuello y escucha las noticias: “Michoacán no es el estado con más indicadores de violencia en México”, afirma el conductor del noticiario, lo que le produce una sonrisa sarcástica.

En ese local sobre ruedas, Octavio vende un poco de todo: chicharrones con salsa, churritos, luchadores de plástico, dinosaurios rosas, loterías, armas de juguete y revistas para colorear. Tiene poquito más de sesenta años y no tiene un trabajo estable; sabe que a esa edad ya nadie le ofrecerá nada, así que no hay más remedio que colocarse afuera del Colegio Hispano Americano y esperar a que los transeúntes estén de antojo.

“Nomás que las ganancias aquí son muy pocas, por ejemplo, vendo chicles de 50 centavos, ¡imagínate qué le puedo sacar a eso!” Al parecer, este hombre gozó de cierta vigorosidad en sus mejores años, de lo contrario no habría procreado la escalofriante cifra de 17 hijos, todo un equipo de futbol con todo y suplentes.


Aún debe mantener a varios de ellos, nos cuenta, y para su desgracia no alcanza los 70 años para ser beneficiado con los apoyos del gobierno federal. A ese gobierno, el de Andrés Manuel López Obrador, Octavio no le tiene confianza, dice que es lo mismo que los que estaban antes, y que cuando él vivió en Tabasco, en Macuzpana, conoció al hoy presidente de la República. “No era nadie, su familia tenía una tienda, luego se metió de político y mira, ya se le hizo, pero uno no ganó nada con eso”.

Este sujeto enterado de la política nacional no es el único que sustenta su vida gracias a una rueda. En la atascada Lázaro Cárdenas podemos observar decenas de comerciantes informales que utilizan todo tipo de transporte con ruedas para vender algo, lo mismo naranjas que elotes, gazpachos que dulces, guantes que tamales.


PALETAS Y CHICHARRONES

Los carritos van y vienen y los de paletas son algunos de los más solicitados. Un hombre vende helados en un pequeño vehículo con su respectiva sombrilla. Vive en la colonia Las Flores y se desplaza todos los días a puntos como la Madero poniente, la colonia Morelos, la Gertrudis Bocanegra y la Molino de Parras.

Para entrar en confianza le compramos un helado de zarzamora, y mientras lo sirve nos cuenta que su rutina comienza temprano y termina tarde, pero prefiere eso a estar de ocioso en casa. Eso sí, cuando sale en la conversación el tema de los celulares, afirma que sí tiene uno pero que no lo saca porque entonces su mujer no lo deja en paz, “hay que ser libres cuando se pueda”, añade, y se mueve rápidamente para seguir ofreciendo helados en época casi helada.

Casi frente a una farmacia Guadalajara, ese imperio que se multiplica en todo el país al igual que las tiendas Oxxo, Rosaura tiene un puesto de chicharrones que todos los días lleva y trae gracias a las ruedas que lo sostienen. Mientras teje una prenda, nos dice que desde niña se dedica al ambulantaje con toda su familia.

Su madre vendía semillas en un canasto que se colocaba en la cabeza, nada de ruedas, sino el impulso de las piernas y el orgullo del corazón para no rendirse ante la adversidad. Esa señora, de nombre Gloria, también vendió chicles, paletas, churros y todo lo que la gente podía pedirle. Tuvo cuatro mujeres, la más pequeña ni siquiera ha cumplido su primer año, mientras que Rosaura ya casi es mayor de edad pero no pasó de la secundaria.

No se crea que los productos los compran en cualquier lado; sus abuelos se encargan de rebanar papas para luego freírlas y tenerlas listas en bolsas a las que solo habrá que agregar alguna salsa picante. Otro puesto lo tienen por el rumbo del Tec, como todos le decimos al Tecnológico de Morelia, no confundir con el otro Tec, el regiomontano de colegiaturas desbordadas. “Nos vamos rolando, por ejemplo yo me vengo al Monumento (a Lázaro Cárdenas) y mi tía se queda allá, luego viene mi hermana, o mi abuela, o mi prima, o mi tío, o mi mamá”, en fin, todo un sistema familiar que nunca falla.

La adolescente prefiere no dar cifras sobre cuánto gana con esta vendimia, “a veces se vende bien, luego mal”, pero eso sí, mucho mejor tener un negocio propio a emplearse en alguna empresa que pague mal, mucho mejor pedalear la bicicleta todos los días a ganar un salario mínimo, asegura esta mujer que cuando era niña se subía a los camiones para vender paletas.


GORROS PARA EL FRÍO, FRUTAS PARA EL CORAZÓN

Leticia no es tan buena conversadora como Rosaura. Su piel está tostada por el inclemente sol que no baja ni siquiera en épocas de invierno, pero cuando amanece, o cuando anochece, espera vender sus gorros y guantes que transporta sobre un diablito bien equipado.

Sobre esas dos ruedas sueña con ganar algo de dinero para mantener a su pequeño hijo que la acompaña todos los días, y que luce inquieto, desesperado, tal vez porque quiere jugar en vez de esperar sentado a que alguien se acerque. Hay un hermanito que aguarda en casa, se ha quedado con los abuelos, también es pequeño y querrá algún regalo de Santa Claus. Su madre no solo debe convencer a los clientes para que se cubran del frío, también habrá de estar atenta para que los inspectores del Ayuntamiento no le confisquen la mercancía.

“Son déspotas, no nos dejan trabajar para nada, porque si nos pescan nos recogen las cosas, nos multan, y pierde uno lo poquito que había ganado”. Esas multas, dice, son de 400 pesos, mientras que en una buena tarde vende no más de ocho piezas que no rebasan los 50 pesos. Las cuentas no salen, no dan, así que mejor será estar alerta.

Dolores, o Lolita, es la dueña de un vehículo de ruedas anchas en el cual ofrece frutas frescas preparadas de distinta manera, ya sea el clásico gazpacho moreliano o las convencionales, sin nada de ingredientes extras. Son más de 25 años los que se ha dedicado al comercio callejero.


En esos tiempos, en la década de los 90, tenía su puesto en la plaza Melchor Ocampo, cuando el centro de la ciudad era un enorme mercado y no el ahora celebrado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Posteriormente los trasladaron a la altura del Seguro Social en la avenida Madero, y como nada es para siempre, ahora se establecieron al poniente, rumbo a la colonia Tres Puentes.

Lola tiene olfato para los negocios, por eso desde hace algún tiempo dejó de vender cañas, pues por alguna razón su consumo venía a la baja, “a lo mejor por tanta enfermedad de la diabetes, o quién sabe por qué, pero ya no se vende como antes”.

La rutina es clara: levantarse muy temprano, poner a sus cuatro hijos a lavar y pelar la fruta, algo fundamental porque prefieren que los restos se queden en casa y así no generar tanta basura en la calle. Cuando ella se queda a vender, los chamacos se lanzan a la escuela y al salir la vuelven a ayudar para el regreso al hogar.

El negocio, asegura, da para mantener a todos, para comprar los útiles, los uniformes, los juguetes, la comida. El carrito ya tiene su historia, al menos 20 años de batalla y sigue luciendo fuerte, macizo, con llantas robustas que no se rajan, porque para vender fruta, paletas, gorros o frituras, nunca hay que rajarse.


Nos vamos rolando, por ejemplo yo me vengo al Monumento (a Lázaro Cárdenas) y mi tía se queda allá, luego viene mi hermana, o mi abuela, o mi prima, o mi tío, o mi mamá

Rosaura. Vendedora ambulante


Dato

El carrito ya tiene su historia, al menos 20 años de batalla y sigue luciendo fuerte, macizo, con llantas robustas que no se rajan, porque para vender fruta, paletas, gorros o frituras, nunca hay que rajarse

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