Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).– Al fenómeno de una bala despedida hacia el cielo que, sin esperarlo, accidentalmente rebota en una superficie dura para impactar después en un objeto, un animal o una persona, se le conoce como Ricochet, título que da vida a la película de Rodrigo Fiallega.
La cinta insertada en la sección de Largometraje Mexicano del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) es protagonizada por Martijn (interpretado por el holandés Martijn Kuiper) quien recuerda la muerte de su hijo en vísperas de la fiesta de un pueblo al que llegó hace 20 años y donde se quedó a vivir tras casarse con una mexicana.
Poco se sabe de la muerte del niño Martín, sin embargo, algunas alusiones le son ofrecidas al espectador; la principal de ellas dada desde el título de la historia y que sumada al hecho de estar inmerso en una verbena popular, le permiten imaginarse qué fue lo que pasó: alguien, un vecino de la localidad, accionó un arma de fuego en señal de regocijo y el proyectil rebotó en otra persona, el hijo del neerlandés en tal caso.
Pero el ‘ricochet’ no ha tenido lugar sólo en ese momento, sino que la bala ha terminado por golpear la vida de los padres del niño, quienes se han separado y viven ahora cada quien por su lado. En especial, el disparo tocó al protagonista, Martijn, que está solo y solo tiene que hacerle frente a una enfermedad, sin apoyo de su hija, su esposa o de sus amigos del pueblo, a los que nada les dice del padecimiento.
Un hallazgo, no obstante, le hará darse cuenta al holandés de lo que el espectador ya supone: que el ‘ricochet’ que cortó la vida de su hijo no ha acabado y que el proyectil aún está rebotando.
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Con actuaciones de Iazua Larios como la esposa y Andrés Almeida como el amigo de Martijn, Ricochet es una película de hora y media que en más de la mitad de la historia podría considerarse cine contemplativo.
Tomas amplias y geométricas de espacios naturales (la fotografía, siempre correcta, es de Natalia Cuevas), nos muestran la vida en una comunidad rural, con peleas de gallos, cabezas de ganado muertas al pie del camino y una serie de personajes no tan delineados a los que quizá la dirección de actores habría podido extraer más jugo. Claro, el guion tampoco ayuda lo suficiente.
Escenas cercanas y temblorosas exhiben el mundo interior de Martijn, quien al inicio escucha en una grabadora la obertura de la ópera Tannhäuser, de Richard Wagner y, como ese personaje, sabe que no regresará de su aventura.
Una cinta interesante que a su manera interpreta la ficción, al volver a contar la Historia de los dos que soñaron, narración árabe recopilada por Borges en que un extranjero sueña que su fortuna está en un país lejano.
