/ domingo 2 de febrero de 2020

La parte experimental de la palabra escrita

Cuatro expertos en el tema: Ana Perusquía, Margarita Vázquez, Antonio Monter y Raúl Mejía nos acercan a este tópico con sus definiciones sobre prácticas y métodos para realizar mejores textos

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- ¿Para qué sirven los talleres literarios? La respuesta parecería obvia, pero por muchos años quienes se dedican a las letras se han cuestionado la verdadera utilidad de estos ejercicios grupales donde se analizan textos con diversos objetivos. Para el periodista y crítico literario Maximiliano Tomas, los talleres son una suerte de terapias grupales, donde uno podría encontrar lo que estaba buscando “no sin antes atravesar un camino de sufrimiento, goce, reflexión y palabras”. El profesor español Antonio Jiménez Morato afirma que “un taller es un punto de encuentro, pero también una plataforma de investigación personal y social”.


En Morelia, los talleres de literatura se han impartido por muchos años, con profesores notables como Tomás Rico Cano, quien los coordinaba en la Casa de la Cultura desde inicios de los 80. Hoy en día estas reuniones entre gente experimentada en las letras y aquellos que desean adquirir más herramientas de escritura continúan vigentes, por lo que entrevistamos a cuatro talleristas: dos mujeres y dos hombres, distintas generaciones, diferentes métodos de enseñanza pero algo en común: la pasión por la palabra escrita.

Ana Perusquía es escritora y dramaturga e imparte un taller de novela en el Centro Cultural UNAM. En ese mismo recinto Antonio Monter encabeza el taller cuento, mientras que en la Casa de la Cultura, Margarita Vázquez es toda una decana en talleres de poesía y narrativa. Finalmente, Raúl Mejía ha impartido talleres por muchos años, tanto en espacios públicos como privados. A todos les hicimos las mismas preguntas y estas son sus repuestas.


¿Para qué sirve un taller de literatura?


Ana Perusquía: Debe servir para fortalecerte como escritor. Es una labor solitaria y poco glamurosa, por lo que el taller te debe dar la posibilidad de compartir tu trabajo en un entorno seguro y saber que vas por buen camino.


Margarita Vázquez: Para que la gente se comunique con otros, eso es lo que los lleva a un taller. Sirven para descubrir cómo se trabaja con nuestro idioma, porque no es sencillo, es una masa a la que tenemos que darle forma. Y sirven para saber si estamos escribiendo algo original, con una voz propia.


Antonio Monter: Para darnos cuenta que todos escribimos y que luego nos engañan con el cuento de que la escritura es para unos cuantos. Si hablamos de la alta literatura ese es otro tema y no tiene nada que ver con un taller; el nivel de profundidad de la literatura está en el fondo de cada uno de nosotros.


Raúl Mejía: Para que tus trabajos se lean de una manera diferente a la que tú, como autor, consideras es la mejor manera de revisar tus “obras maestras”. No hay manera de que un texto diga lo que no eres capaz de transmitir. Los talleres te dan pretextos para escribir y en esos espacios, eventualmente, terminarás por hacerlo bien. Un taller es también un espacio en donde se hacen rutinas y eso ayuda a disciplinarse.




¿Para qué no debe de servir?


AP: Debería evitar esa parte de cargarse de teoría y cuestiones más abstractas, porque entonces podrías saturarte de ciertas cosas que crees absolutamente necesarias. Al final, la escritura es libre, íntima e inconsciente, así que hay que estar relajado.


MV: Para manipular a nadie. El tallerista debe ser una guía, pero nunca descalificar al alumno ni crear un coto de poder, porque ahí ya te vuelves parte del sistema y le faltas el respeto a quienes confían en ti.


AM: Para estarte pavoneando y presumir que tienes un taller. No debe servir para la soberbia y la vanidad, ni tampoco para joderle la existencia a alguien.


RM: Para crear expectativas falsas (e inútiles) o para que el dirigente o pastor de ese grupo se luzca con sus textos. Si en un taller el coordinador saca sus textos de manera “casual” para que lo admiren, es mejor dejar ese taller.


¿Cuál es tu metodología de trabajo?


AP: Es muy práctica, pero he condensado cierta cantidad de teoría que trato de transmitir en los talleres, cuidando que solo sirva para impulsar a la escritura.


MV: Me gusta que sea lúdico, divertido, con dinámicas de aprendizaje y sin tantas cuestiones técnicas. He dado talleres infantiles, para gente jubilada y para jóvenes, así que cada uno tiene sus características, pero en general tratan de ser interactivos.


AM: No soy ultrapedagógico y poco a poco me he hecho de herramientas para este tipo de talleres creativos, pues al inicio acepto que me ganaba el asunto de la ortografía y redacción. Para impartir un taller necesitas una estructura, claro, porque de otra manera vas a naufragar.


RM: No sé si sea una “metodología” el hecho de acompañar los procesos de escritura de quienes se atreven a confiar en mis juicios. En general, quienes han asistido a mis talleres son personas que ya escribían. A veces rudimentariamente y a veces ya de manera más “fina”, por decirlo de alguna manera.


¿Qué malas prácticas deben evitarse en un taller?


AP: Un taller nace, crece y debe morir en algún momento, porque como escritor tienes que atreverte a ir a otros lugares, a otros entornos. Quedarte en esa zona eternamente no debería ocurrir.


MV: A veces se convierte en un club social, pero uno debe procurar que nadie llegue con la idea de que esto es un hobbie. En un taller se viene a trabajar, nunca a perder el tiempo.


AM: Una de las desgracias es que el coordinador del taller demuestre su autoridad con cuchillos que aniquilan los textos de los alumnos, y que pretenda tener la última palabra sobre la obra. Esa última palabra le pertenece al autor, a nadie más que a él.


RM: La principal es que el coordinador se convierta en gurú y empiece a replicar clones de su alto magisterio.


¿A los talleres se llega a inscribir gente sólo por pasatiempo?


AP: Mucha gente busca un entorno seguro para aprender, y en ese sentido a veces se inscriben, digamos, para convivir. En mi caso siempre procuro platicar con cada alumno, saber qué persigue específicamente y de esa manera detecto si están comprometidos o no.


MV: A veces te tocan alumnos que son como fantasmas, están ahí tomando nota y luego ya nunca regresan. Hay otros que traen ideas muy extrañas, me tocó alguien con pretensiones de literatura new age y fue imposible trabajar como ella quería.


AM: Al mío por fortuna ha llegado gente muy comprometida y que se ha mantenido constante por cinco años. Lo que a veces sucede es que se inscriben talleres de distintas disciplinas y uno se pregunta si pueden hacerlo todo.


RM: Conmigo pura gente normal. El último taller que impartí dejó de funcionar hace unos dos años y me la pasé muy bien. Si me hubiese llegado un mamoncito o mamoncita de esos que vienen envueltos en una nube de misterio o sienten que levitan, lo hubiera despedido en el acto.


¿Qué recuerdas de los primeros talleres que tomaste?


AP: Los tomé en la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y supe que una de las mejores formas para aprender a escribir es compartiendo lo que haces, al escuchar diferentes opiniones porque te haces un criterio y así mejoras tu obra.


MV: Fueron en la cúpula de la Casa de la Cultura, con el maestro Tomás Rico Cano. Éramos un grupo muy numeroso, con alumnos como Ana Aridjis, José Eduardo Aguirre, Alberto Portillo y Sergio Monreal, padre de mis hijos. Recuerdo el morral de maestro Tomás, que siempre estaba lleno de revistas, periódicos y suplementos perfectamente cuidados.


AM: Llegué a Morelia en 1994 y tomé un taller con Raúl Mejía, es decir, entré por la puerta grande, y además eso comprueba que él es mucho mayor que yo. Era un taller sui géneris, con alumnos de distintas edades que confiábamos en el tallerista. Del resto de talleres que tomé, solo recuerdo cosas bondadosas.


RM: Tomé uno con María Luisa Puga allá por 1984. Ella fue una maestra y casi una mamá con quienes nos acercamos a sus talleres. Era una mujer muy exigente y amorosa. La extraño.



¿Quiénes son?


Ana Perusquía. Egresada de la licenciatura en Letras Inglesas por la UNAM. Se ha desempeñado como editora, escritora, dramaturga y traductora. Algunas de sus obras son Las muchachas prudentes (teatro) y El legado Cuauhtémoc y Cristóbal (narrativa).


Margarita Vázquez. Poeta, autora de libros como La imagen en el agua, La dimensión de los cuerpos y Poemas para hombres de sal.


Antonio Monter. Periodista, escritor y guionista. Actualmente es jefe de Producción y contenidos de radio en el Sistema Michoacano de Radio y Televisión. Ha escrito para medios como La Jornada y El Financiero.


Raúl Mejía. Se considera “escribidor” y entre sus obras están Sueños Húmedos, Filias y Fobias y Pertenecer.


Un taller de literatura debe servir para fortalecerte como escritor. Es una labor solitaria y poco glamurosa, por lo que el taller te debe dar la posibilidad de compartir tu trabajo en un entorno seguro”

Ana Perusquía

Egresada de la licenciatura en Letras Inglesas por la UNAM

Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- ¿Para qué sirven los talleres literarios? La respuesta parecería obvia, pero por muchos años quienes se dedican a las letras se han cuestionado la verdadera utilidad de estos ejercicios grupales donde se analizan textos con diversos objetivos. Para el periodista y crítico literario Maximiliano Tomas, los talleres son una suerte de terapias grupales, donde uno podría encontrar lo que estaba buscando “no sin antes atravesar un camino de sufrimiento, goce, reflexión y palabras”. El profesor español Antonio Jiménez Morato afirma que “un taller es un punto de encuentro, pero también una plataforma de investigación personal y social”.


En Morelia, los talleres de literatura se han impartido por muchos años, con profesores notables como Tomás Rico Cano, quien los coordinaba en la Casa de la Cultura desde inicios de los 80. Hoy en día estas reuniones entre gente experimentada en las letras y aquellos que desean adquirir más herramientas de escritura continúan vigentes, por lo que entrevistamos a cuatro talleristas: dos mujeres y dos hombres, distintas generaciones, diferentes métodos de enseñanza pero algo en común: la pasión por la palabra escrita.

Ana Perusquía es escritora y dramaturga e imparte un taller de novela en el Centro Cultural UNAM. En ese mismo recinto Antonio Monter encabeza el taller cuento, mientras que en la Casa de la Cultura, Margarita Vázquez es toda una decana en talleres de poesía y narrativa. Finalmente, Raúl Mejía ha impartido talleres por muchos años, tanto en espacios públicos como privados. A todos les hicimos las mismas preguntas y estas son sus repuestas.


¿Para qué sirve un taller de literatura?


Ana Perusquía: Debe servir para fortalecerte como escritor. Es una labor solitaria y poco glamurosa, por lo que el taller te debe dar la posibilidad de compartir tu trabajo en un entorno seguro y saber que vas por buen camino.


Margarita Vázquez: Para que la gente se comunique con otros, eso es lo que los lleva a un taller. Sirven para descubrir cómo se trabaja con nuestro idioma, porque no es sencillo, es una masa a la que tenemos que darle forma. Y sirven para saber si estamos escribiendo algo original, con una voz propia.


Antonio Monter: Para darnos cuenta que todos escribimos y que luego nos engañan con el cuento de que la escritura es para unos cuantos. Si hablamos de la alta literatura ese es otro tema y no tiene nada que ver con un taller; el nivel de profundidad de la literatura está en el fondo de cada uno de nosotros.


Raúl Mejía: Para que tus trabajos se lean de una manera diferente a la que tú, como autor, consideras es la mejor manera de revisar tus “obras maestras”. No hay manera de que un texto diga lo que no eres capaz de transmitir. Los talleres te dan pretextos para escribir y en esos espacios, eventualmente, terminarás por hacerlo bien. Un taller es también un espacio en donde se hacen rutinas y eso ayuda a disciplinarse.




¿Para qué no debe de servir?


AP: Debería evitar esa parte de cargarse de teoría y cuestiones más abstractas, porque entonces podrías saturarte de ciertas cosas que crees absolutamente necesarias. Al final, la escritura es libre, íntima e inconsciente, así que hay que estar relajado.


MV: Para manipular a nadie. El tallerista debe ser una guía, pero nunca descalificar al alumno ni crear un coto de poder, porque ahí ya te vuelves parte del sistema y le faltas el respeto a quienes confían en ti.


AM: Para estarte pavoneando y presumir que tienes un taller. No debe servir para la soberbia y la vanidad, ni tampoco para joderle la existencia a alguien.


RM: Para crear expectativas falsas (e inútiles) o para que el dirigente o pastor de ese grupo se luzca con sus textos. Si en un taller el coordinador saca sus textos de manera “casual” para que lo admiren, es mejor dejar ese taller.


¿Cuál es tu metodología de trabajo?


AP: Es muy práctica, pero he condensado cierta cantidad de teoría que trato de transmitir en los talleres, cuidando que solo sirva para impulsar a la escritura.


MV: Me gusta que sea lúdico, divertido, con dinámicas de aprendizaje y sin tantas cuestiones técnicas. He dado talleres infantiles, para gente jubilada y para jóvenes, así que cada uno tiene sus características, pero en general tratan de ser interactivos.


AM: No soy ultrapedagógico y poco a poco me he hecho de herramientas para este tipo de talleres creativos, pues al inicio acepto que me ganaba el asunto de la ortografía y redacción. Para impartir un taller necesitas una estructura, claro, porque de otra manera vas a naufragar.


RM: No sé si sea una “metodología” el hecho de acompañar los procesos de escritura de quienes se atreven a confiar en mis juicios. En general, quienes han asistido a mis talleres son personas que ya escribían. A veces rudimentariamente y a veces ya de manera más “fina”, por decirlo de alguna manera.


¿Qué malas prácticas deben evitarse en un taller?


AP: Un taller nace, crece y debe morir en algún momento, porque como escritor tienes que atreverte a ir a otros lugares, a otros entornos. Quedarte en esa zona eternamente no debería ocurrir.


MV: A veces se convierte en un club social, pero uno debe procurar que nadie llegue con la idea de que esto es un hobbie. En un taller se viene a trabajar, nunca a perder el tiempo.


AM: Una de las desgracias es que el coordinador del taller demuestre su autoridad con cuchillos que aniquilan los textos de los alumnos, y que pretenda tener la última palabra sobre la obra. Esa última palabra le pertenece al autor, a nadie más que a él.


RM: La principal es que el coordinador se convierta en gurú y empiece a replicar clones de su alto magisterio.


¿A los talleres se llega a inscribir gente sólo por pasatiempo?


AP: Mucha gente busca un entorno seguro para aprender, y en ese sentido a veces se inscriben, digamos, para convivir. En mi caso siempre procuro platicar con cada alumno, saber qué persigue específicamente y de esa manera detecto si están comprometidos o no.


MV: A veces te tocan alumnos que son como fantasmas, están ahí tomando nota y luego ya nunca regresan. Hay otros que traen ideas muy extrañas, me tocó alguien con pretensiones de literatura new age y fue imposible trabajar como ella quería.


AM: Al mío por fortuna ha llegado gente muy comprometida y que se ha mantenido constante por cinco años. Lo que a veces sucede es que se inscriben talleres de distintas disciplinas y uno se pregunta si pueden hacerlo todo.


RM: Conmigo pura gente normal. El último taller que impartí dejó de funcionar hace unos dos años y me la pasé muy bien. Si me hubiese llegado un mamoncito o mamoncita de esos que vienen envueltos en una nube de misterio o sienten que levitan, lo hubiera despedido en el acto.


¿Qué recuerdas de los primeros talleres que tomaste?


AP: Los tomé en la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y supe que una de las mejores formas para aprender a escribir es compartiendo lo que haces, al escuchar diferentes opiniones porque te haces un criterio y así mejoras tu obra.


MV: Fueron en la cúpula de la Casa de la Cultura, con el maestro Tomás Rico Cano. Éramos un grupo muy numeroso, con alumnos como Ana Aridjis, José Eduardo Aguirre, Alberto Portillo y Sergio Monreal, padre de mis hijos. Recuerdo el morral de maestro Tomás, que siempre estaba lleno de revistas, periódicos y suplementos perfectamente cuidados.


AM: Llegué a Morelia en 1994 y tomé un taller con Raúl Mejía, es decir, entré por la puerta grande, y además eso comprueba que él es mucho mayor que yo. Era un taller sui géneris, con alumnos de distintas edades que confiábamos en el tallerista. Del resto de talleres que tomé, solo recuerdo cosas bondadosas.


RM: Tomé uno con María Luisa Puga allá por 1984. Ella fue una maestra y casi una mamá con quienes nos acercamos a sus talleres. Era una mujer muy exigente y amorosa. La extraño.



¿Quiénes son?


Ana Perusquía. Egresada de la licenciatura en Letras Inglesas por la UNAM. Se ha desempeñado como editora, escritora, dramaturga y traductora. Algunas de sus obras son Las muchachas prudentes (teatro) y El legado Cuauhtémoc y Cristóbal (narrativa).


Margarita Vázquez. Poeta, autora de libros como La imagen en el agua, La dimensión de los cuerpos y Poemas para hombres de sal.


Antonio Monter. Periodista, escritor y guionista. Actualmente es jefe de Producción y contenidos de radio en el Sistema Michoacano de Radio y Televisión. Ha escrito para medios como La Jornada y El Financiero.


Raúl Mejía. Se considera “escribidor” y entre sus obras están Sueños Húmedos, Filias y Fobias y Pertenecer.


Un taller de literatura debe servir para fortalecerte como escritor. Es una labor solitaria y poco glamurosa, por lo que el taller te debe dar la posibilidad de compartir tu trabajo en un entorno seguro”

Ana Perusquía

Egresada de la licenciatura en Letras Inglesas por la UNAM

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