/ sábado 23 de octubre de 2021

El atole negro; la tradición dominical de Jeráhuaro

Desde hace 35 años, Doña Ofelia vende esta bebida a base de maíz y cenizas de cáscara de cacao

Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- En un rincón de su hogar, Doña Ofelia aviva las llamas en una estufa de leña mientras lentamente mueve el atole negro dentro de un cazo de cobre, el cual heredó de su suegra junto con la receta de esta tradicional bebida.

Desde hace 35 años, los pobladores de la comunidad de Jeráhuaro, Zinapécuaro, acuden a este lugar para deleitarse de esta bebida a base de maíz y ceniza de cáscara de cacao que endulza sus desayunos.

“Todos los domingos saludo a casi todo el pueblo, todos vienen por su atole y algunos por donas. A mí me alegra mucho poder brindarle este gusto a la gente, me hace sentir orgullosa de que puedo mantenerme honradamente y hago felices a los demás”, explica.

Doña Ofelia vende su atole todos los domingos en Jeráhuaro desde hace 35 años | Foto: Iván Ibarra | El Sol de Morelia

Doña Ofelia es originaria del rancho de Las Cruces, donde asegura aprendió a realizar el atole blanco, pero fue hasta que se casó que su suegra le enseñó esta labor que ha perfeccionado con los años.

Aunque este atole es delicioso y codiciado por el pueblo, su complicada preparación y la cantidad de esfuerzo, más el tiempo que se invierte en su creación, hace que esta bebida sea dominical exclusivamente.

El proceso para hacer esta bebida inicia uno o dos días antes, cuando la cáscara de cacao es hecha ceniza, acción que debe realizar en un lote apartado de su casa por la cantidad de humo que genera.

“Yo me llevo mi comal a un lote que tengo para que no se llene de humo la casa, pero hay que tener mucho cuidado, porque no se pueden pasar de quemado: si te queda como blanca la ceniza ya no sirve, va a amargar el atole”, comenta.

Luego, lleva esta ceniza y se revuelve en el molino con el maíz que será la base del atole. En este paso, Doña Ofelia recuerda que los granos a molerse deben estar completamente limpios, ya que si cuenta con alguna impureza “ya no cuaja”.

La molienda es uno de los pasos más difíciles, pues, aunque ella cuenta con un molino pequeño para realizarlo, cuando no dispone de uno, debe acudir al comunitario y esperar a ser la última en atender.

“Aparte de que está oscuro cuando el molino empieza y no hay nadie quien me acompañe. Pero luego tengo que esperar al último porque si echo mi maíz primero, va a pintar las masas que salgan después y luego se enojan”, menciona.

Ya con la masa revuelta con las cenizas de la cáscara, comienza la ardua labor de cocer el atole.

Desde las 01:00 horas del domingo, Doña Ofelia se despierta para llenar su cazo con agua y leche, encender la leña y poco a poco incorporar su masa negra junto con el azúcar para crear esta bebida.

La primera cocida es la que más tarda, pues la leña y el cazo necesitan tiempo para calentarse, pero una vez a la temperatura deseada, afirma que es cuestión de paciencia y no dejar de mover para evitar que pegue al fondo del recipiente, así como de experiencia para que el producto final no sea desagradable.

“Hay que saberle en qué momento echarle la azúcar, no dejarlo de mover, también evitar que se pegue. Suena fácil, pero todo tiene su chiste y es lo que uno va aprendiendo. Los primeros atoles que hacía me quedaban feos; ahora lo que vendo les gusta a todos los de aquí”, comenta.

Este proceso es repetido 5 veces en su cazo, lo que representa alrededor de 80 litros de atole negro en un promedio de 7 horas.

El primer cliente de Doña Ofelia llega a las 5:00 horas, luego, poco a poco los pobladores de Jeráhuaro se acercan a su hogar con ollas, recipientes y tazas para degustar a primera hora de su desayuno con atole negro.

Después de 35 años, Doña Ofelia acepta que este ritmo de vida es cansado y no sabe si podrá continuar con la venta de la bebida. Además de que los insumos encarecen, reconoce la fatiga que el oficio causa en su persona.

“Yo no sé cuánto tiempo seguiré en esto, ya tengo 68 años y me siento cansada. Mis hijos, la mayoría ya se casaron y no sé si mi hija quiera retomar esto. Yo no estudié y el atole fue la forma que encontré para mantenerme, pero es cansado y los precios cada año suben. Ahorita hay desabasto de cáscara de cacao y no sé que voy a hacer si no llega un día”, reitera.

Con su mandil y una sonrisa, Doña Ofelia se despide de todos sus clientes y les recuerda que el próximo domingo pueden volver, hasta que su cansancio y el futuro se lo permita.

Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- En un rincón de su hogar, Doña Ofelia aviva las llamas en una estufa de leña mientras lentamente mueve el atole negro dentro de un cazo de cobre, el cual heredó de su suegra junto con la receta de esta tradicional bebida.

Desde hace 35 años, los pobladores de la comunidad de Jeráhuaro, Zinapécuaro, acuden a este lugar para deleitarse de esta bebida a base de maíz y ceniza de cáscara de cacao que endulza sus desayunos.

“Todos los domingos saludo a casi todo el pueblo, todos vienen por su atole y algunos por donas. A mí me alegra mucho poder brindarle este gusto a la gente, me hace sentir orgullosa de que puedo mantenerme honradamente y hago felices a los demás”, explica.

Doña Ofelia vende su atole todos los domingos en Jeráhuaro desde hace 35 años | Foto: Iván Ibarra | El Sol de Morelia

Doña Ofelia es originaria del rancho de Las Cruces, donde asegura aprendió a realizar el atole blanco, pero fue hasta que se casó que su suegra le enseñó esta labor que ha perfeccionado con los años.

Aunque este atole es delicioso y codiciado por el pueblo, su complicada preparación y la cantidad de esfuerzo, más el tiempo que se invierte en su creación, hace que esta bebida sea dominical exclusivamente.

El proceso para hacer esta bebida inicia uno o dos días antes, cuando la cáscara de cacao es hecha ceniza, acción que debe realizar en un lote apartado de su casa por la cantidad de humo que genera.

“Yo me llevo mi comal a un lote que tengo para que no se llene de humo la casa, pero hay que tener mucho cuidado, porque no se pueden pasar de quemado: si te queda como blanca la ceniza ya no sirve, va a amargar el atole”, comenta.

Luego, lleva esta ceniza y se revuelve en el molino con el maíz que será la base del atole. En este paso, Doña Ofelia recuerda que los granos a molerse deben estar completamente limpios, ya que si cuenta con alguna impureza “ya no cuaja”.

La molienda es uno de los pasos más difíciles, pues, aunque ella cuenta con un molino pequeño para realizarlo, cuando no dispone de uno, debe acudir al comunitario y esperar a ser la última en atender.

“Aparte de que está oscuro cuando el molino empieza y no hay nadie quien me acompañe. Pero luego tengo que esperar al último porque si echo mi maíz primero, va a pintar las masas que salgan después y luego se enojan”, menciona.

Ya con la masa revuelta con las cenizas de la cáscara, comienza la ardua labor de cocer el atole.

Desde las 01:00 horas del domingo, Doña Ofelia se despierta para llenar su cazo con agua y leche, encender la leña y poco a poco incorporar su masa negra junto con el azúcar para crear esta bebida.

La primera cocida es la que más tarda, pues la leña y el cazo necesitan tiempo para calentarse, pero una vez a la temperatura deseada, afirma que es cuestión de paciencia y no dejar de mover para evitar que pegue al fondo del recipiente, así como de experiencia para que el producto final no sea desagradable.

“Hay que saberle en qué momento echarle la azúcar, no dejarlo de mover, también evitar que se pegue. Suena fácil, pero todo tiene su chiste y es lo que uno va aprendiendo. Los primeros atoles que hacía me quedaban feos; ahora lo que vendo les gusta a todos los de aquí”, comenta.

Este proceso es repetido 5 veces en su cazo, lo que representa alrededor de 80 litros de atole negro en un promedio de 7 horas.

El primer cliente de Doña Ofelia llega a las 5:00 horas, luego, poco a poco los pobladores de Jeráhuaro se acercan a su hogar con ollas, recipientes y tazas para degustar a primera hora de su desayuno con atole negro.

Después de 35 años, Doña Ofelia acepta que este ritmo de vida es cansado y no sabe si podrá continuar con la venta de la bebida. Además de que los insumos encarecen, reconoce la fatiga que el oficio causa en su persona.

“Yo no sé cuánto tiempo seguiré en esto, ya tengo 68 años y me siento cansada. Mis hijos, la mayoría ya se casaron y no sé si mi hija quiera retomar esto. Yo no estudié y el atole fue la forma que encontré para mantenerme, pero es cansado y los precios cada año suben. Ahorita hay desabasto de cáscara de cacao y no sé que voy a hacer si no llega un día”, reitera.

Con su mandil y una sonrisa, Doña Ofelia se despide de todos sus clientes y les recuerda que el próximo domingo pueden volver, hasta que su cansancio y el futuro se lo permita.

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