/ miércoles 25 de mayo de 2022

Sucesión adelantada o adelantados por la sucesión

Es apenas mayo de 2022 y ya estamos hablando de la elección presidencial de 2024. Es un escenario paradójico. El Ejecutivo federal aparece con un amplio respaldo social al cumplir cuatro años de gobierno y, sin embargo, la sucesión se ha adelantado como si hubiera prisa por cambiarlo, cuando realmente no la hay. La ansiedad existe, entonces, por saber quién dará (o no) continuidad al proyecto de la llamada Cuarta Transformación. La celeridad se genera para apaciguar, en lo posible y pronto, la incertidumbre.


El presidente Andrés Manuel López Obrador parece dejar en libertad a sus posibles sucesores. Si hubo quienes se quejaron porque algunos miembros del gabinete parecían floreros –decían los críticos--, ahora el reclamo es porque las corcholatas comienzan a hacer campaña: de manera abierta por candidatos y candidatas a las seis gubernaturas que estarán en disputa el próximo 5 de junio, y de manera subrepticia por ellas mismas.


Las elecciones estatales pavimentan, allanan el camino hacia la candidatura presidencial de Morena. En una organización política tan poco institucionalizada se requiere de un doble esfuerzo: ganar el mayor reconocimiento y prestigio hacia el exterior, entre la ciudadanía en general, pero también comenzar a hacer acuerdos con los diferentes grupos y fuerzas locales que nutren al partido. No sólo de encuestas sobreviven los precandidatos, sino también de redes movilizables que los apoyen.


Fue el 5 de julio del año pasado cuando el presidente soltó: “Primero hay que tomar en cuenta que es el pueblo quien va a decidir. Ahora, del flanco progresista liberal, hay muchísimos como Claudia (Sheinbaum), Marcelo (Ebrard), Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Rocío Nahle; bueno, muchísimos. Afortunadamente hay relevo generacional”.


Adán Augusto López, secretario de Gobernación, también es parte de esa competencia. Más recientemente, López Obrador agregó a la lista a Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, y hasta al director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Zoé Robledo, y al subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell.


En una sucesión adelantada, hay algunos más adelantados que otros. Entre ellos, destacadamente Sheinbaum y Ebrard. Con cifras de apoyo por encima del 30% en las encuestas, también se placean por los diferentes estados en donde habrá elecciones este año. “¡Presidenta!, ¡presidenta!” fue el grito que escuchó la jefa de Gobierno de la Ciudad de México en Oaxaca. Después de solicitar descuento del día sábado y de dejar la ciudad en manos de Martí Batres (así lo escribió en su cuenta de Twitter), se desplazó para apoyar a Salomón Jara.

A Adán Augusto López también le gritaron “¡Presidente!”, pero a él en Hidalgo, a donde acudió para apoyar a Julio Menchaca. En el caso de Ebrard, en su visita a Aguascalientes, fue notorio que se le trató como un posible sucesor del mandatario federal, aunque durante su apoyo a Nora Ruvalcaba también tuvo que leer, en un puente, una manta negra con manchas rojas que le recordaba el desastre de la Línea 12 del metro de la Ciudad de México.


Ricardo Monreal, por su parte, se dice el más preparado, aunque, ciertamente, no el más apoyado. También ha recibido el respaldo y gritos de “¡Presidente!” de algunos morenistas, como en Quintana Roo, cuando acudió a un mitin de Mara Lezama. Pero recientemente fue notoria su no coincidencia con el fundador de Morena: rechazó la encuesta como mecanismo para la selección del candidato y de manera indirecta defendió el trabajo del Instituto Nacional Electoral (INE), el mismo que el presidente propone reemplazar por el INEC (Instituto Nacional de Elecciones y Consultas).


“Yo no creo en las encuestas, debo decirlo con toda seriedad; no engaño a nadie. Yo pugnaré al interior de Morena por elecciones primarias”, dijo el senador entre piezas musicales de Juan Gabriel y Queen interpretadas por la Banda Sinfónica de Zacatecas el pasado domingo. “El órgano electoral (INE) ya intervino en la elección de dirigentes del partido. Ahora puede intervenir en la elección de candidatos a la Presidencia de la República”, afirmó.


El presidente ha dicho: “El que gane la encuesta, hombre o mujer, yo voy, en mis tiempos libres, que son muy pocos, cuando menos a expresarlo, a decirlo. No voy a hacer campaña, pero voy a estar con el que gane la encuesta. Eso sí, va a quedar claro, voy a estar con el que gane la encuesta”. Discrepancias.


Los gobiernos en sus tres órdenes parecen rebasados por los diferentes problemas que se viven a diario y, sin embargo, la atención se desvía, a querer o no, hacia la elección presidencial a 25 meses de su realización. Esto porque se trata de comicios que definirán no sólo si el proyecto del presidente López Obrador tendrá continuidad, sino también quién se la dará. La precocidad como fórmula para atenuar el rabión previo al ungimiento.


Es apenas mayo de 2022 y ya estamos hablando de la elección presidencial de 2024. Es un escenario paradójico. El Ejecutivo federal aparece con un amplio respaldo social al cumplir cuatro años de gobierno y, sin embargo, la sucesión se ha adelantado como si hubiera prisa por cambiarlo, cuando realmente no la hay. La ansiedad existe, entonces, por saber quién dará (o no) continuidad al proyecto de la llamada Cuarta Transformación. La celeridad se genera para apaciguar, en lo posible y pronto, la incertidumbre.


El presidente Andrés Manuel López Obrador parece dejar en libertad a sus posibles sucesores. Si hubo quienes se quejaron porque algunos miembros del gabinete parecían floreros –decían los críticos--, ahora el reclamo es porque las corcholatas comienzan a hacer campaña: de manera abierta por candidatos y candidatas a las seis gubernaturas que estarán en disputa el próximo 5 de junio, y de manera subrepticia por ellas mismas.


Las elecciones estatales pavimentan, allanan el camino hacia la candidatura presidencial de Morena. En una organización política tan poco institucionalizada se requiere de un doble esfuerzo: ganar el mayor reconocimiento y prestigio hacia el exterior, entre la ciudadanía en general, pero también comenzar a hacer acuerdos con los diferentes grupos y fuerzas locales que nutren al partido. No sólo de encuestas sobreviven los precandidatos, sino también de redes movilizables que los apoyen.


Fue el 5 de julio del año pasado cuando el presidente soltó: “Primero hay que tomar en cuenta que es el pueblo quien va a decidir. Ahora, del flanco progresista liberal, hay muchísimos como Claudia (Sheinbaum), Marcelo (Ebrard), Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Rocío Nahle; bueno, muchísimos. Afortunadamente hay relevo generacional”.


Adán Augusto López, secretario de Gobernación, también es parte de esa competencia. Más recientemente, López Obrador agregó a la lista a Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, y hasta al director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Zoé Robledo, y al subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell.


En una sucesión adelantada, hay algunos más adelantados que otros. Entre ellos, destacadamente Sheinbaum y Ebrard. Con cifras de apoyo por encima del 30% en las encuestas, también se placean por los diferentes estados en donde habrá elecciones este año. “¡Presidenta!, ¡presidenta!” fue el grito que escuchó la jefa de Gobierno de la Ciudad de México en Oaxaca. Después de solicitar descuento del día sábado y de dejar la ciudad en manos de Martí Batres (así lo escribió en su cuenta de Twitter), se desplazó para apoyar a Salomón Jara.

A Adán Augusto López también le gritaron “¡Presidente!”, pero a él en Hidalgo, a donde acudió para apoyar a Julio Menchaca. En el caso de Ebrard, en su visita a Aguascalientes, fue notorio que se le trató como un posible sucesor del mandatario federal, aunque durante su apoyo a Nora Ruvalcaba también tuvo que leer, en un puente, una manta negra con manchas rojas que le recordaba el desastre de la Línea 12 del metro de la Ciudad de México.


Ricardo Monreal, por su parte, se dice el más preparado, aunque, ciertamente, no el más apoyado. También ha recibido el respaldo y gritos de “¡Presidente!” de algunos morenistas, como en Quintana Roo, cuando acudió a un mitin de Mara Lezama. Pero recientemente fue notoria su no coincidencia con el fundador de Morena: rechazó la encuesta como mecanismo para la selección del candidato y de manera indirecta defendió el trabajo del Instituto Nacional Electoral (INE), el mismo que el presidente propone reemplazar por el INEC (Instituto Nacional de Elecciones y Consultas).


“Yo no creo en las encuestas, debo decirlo con toda seriedad; no engaño a nadie. Yo pugnaré al interior de Morena por elecciones primarias”, dijo el senador entre piezas musicales de Juan Gabriel y Queen interpretadas por la Banda Sinfónica de Zacatecas el pasado domingo. “El órgano electoral (INE) ya intervino en la elección de dirigentes del partido. Ahora puede intervenir en la elección de candidatos a la Presidencia de la República”, afirmó.


El presidente ha dicho: “El que gane la encuesta, hombre o mujer, yo voy, en mis tiempos libres, que son muy pocos, cuando menos a expresarlo, a decirlo. No voy a hacer campaña, pero voy a estar con el que gane la encuesta. Eso sí, va a quedar claro, voy a estar con el que gane la encuesta”. Discrepancias.


Los gobiernos en sus tres órdenes parecen rebasados por los diferentes problemas que se viven a diario y, sin embargo, la atención se desvía, a querer o no, hacia la elección presidencial a 25 meses de su realización. Esto porque se trata de comicios que definirán no sólo si el proyecto del presidente López Obrador tendrá continuidad, sino también quién se la dará. La precocidad como fórmula para atenuar el rabión previo al ungimiento.


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